viernes, 7 de julio de 2017

Seminarios, noviciados, monasterios...para los desahuciados


 
 
 
Parece que José Manuel Vidal opina lo mismo que yo respecto a las viviendas rectorales vacías. Ayer comentaba la enriquecedora experiencia que he tenido en donde católicos y evangélicos de la diócesis participamos en ayudas a refugiados políticos rusos y armenios. Los evangélicos aportaron un piso de acogida y algunos de los sacerdotes de la diócesis participaron con alimentos. Hoy todos los que vivieron en esa casa están reintegrados socialmente. He visto lágrimas gruesas de personas de más de 60 años que llegaron enfermos y sin saber ni hablar nuestro idioma, pero que hoy en día gracias a un verdadero ecumenismo están viviendo dignamente. Recuerdo la grata experiencia de que en esa casa compartíamos oración y meditación de la Palabra. No solamente se compartía alimento para el cuerpo, sino también para el Espíritu.
Jesús llamó a los pobres y los buscó por caminos y veredas para su banquete del Reino. ¿Seguimos su ejemplo?
Los pobres fueron los preferidos de Jesús, el único grupo específico que se cita como destinatario del Evangelio, aunque, lógicamente, el Evangelio era para todos. ¡Qué difícil era entender para algunos esa preferencia de Dios por los pobres, esa cercanía de Jesús hacia los don nadie, los desclasados, los proscritos, los marginados, los excluidos sociales y hacia los que los religiosos de la época de Jesús llamaban “malditos”
Todo lo que sigue es de José Manuel Vidal, Director de Religión Digital publicado el día cuatro de noviembre de 2012.
 
 
 
La gran tragedia de perderlo todo. Hasta el nido, hasta la propia casa. Los números son dramáticos. Desde 2008 se pueden haber producido cerca de 400.000 desalojos en España, a un ritmo de 517 desahucios diarios. La gran tragedia del país en el momento actual, junto al paro. La jerarquía española, sensible al drama, lo ha denunciado en repetidas ocasiones.
Primero la comisión permanente de la CEE, en una nota que no tuvo eco público, al quedar tapada por el anexo en que se abordaba la cuestión nacionalista. Después, varios obispos. Entre ellos y de manera destacada, el obispo de Bilbao, Mario Iceta, y el de San Sebastián, José Ignacio Munilla.
¿Puede hacer algo más la Iglesia? Puede y debe implicarse, pasar a la acción, pasar de predicar a dar trigo. Con hecho y gestos concretos.
Se me ocurren dos, pero podrían pensarse en otros muchos.
El primer gesto concreto podría consistir en resucitar de nuevo las oficinas contra el paro, que ya existieron en los años 80 en casi todos los arciprestazgos. Con ayudas a los parados, bolsas de trabajo, implicación de las parroquias...Se hizo entonces y salió muy bien. Estamos, ahora, en peores circunstancias y se puede volver hacer.
El segundo gesto iría dirigido a paliar en la medida de lo posible la crisis de los desahucios. Se trataría de abrir los edificios religiosos semivacios o deshabitados para los que pierden sus viviendas. Hay muchos seminarios casi vacíos. Enormes y casi preparados para recibir familias. Tienen habitaciones, sencillas, pero dignas, y lugares comunes adecuados.
También hay muchos noviciados de congregaciones religiosas (masculinas y femeninas), en las mismas condiciones. Quizás también en esto, los frailes y las monjas deberían abrir brecha y dar ejemplo.
También hay muchos monasterios de monjes y monjas de clausura semidesiertos. O con albergues, hospederías y posadas. ¿Por qué no ofrecer sus habitaciones a las familias desahuciadas?
Y miles de rectorales o casas de sacerdotes (especialmente en el ámbito rural), deshabitadas. Algunas, con pequeños arreglos, podrían acoger a los desahuciados. Muchas cuenta con huertas, que podrían ayudar a su subsistencia.
Y asi otros muchos edificios religiosos. Desde colegios hasta pisos. Es hora de tomar medidas. Se puede hacer de una forma rápida y económica.
Sendas iniciativas se pueden poner en marcha en la próxima Plenaria del episcopado, que se celebra la semana del 19 de noviembre. Con una breve nota en la que todas las diócesis se comprometan a poner sus edificios vacíos o semivacíos a disposición de los desahuciados. En una demostración fehaciente de que nuestros obispos pisan tierra, están atentos a la realidad social y escuchan el grito de dolor de los que se quedan sin su vivienda familiar. Porque una familia sin vivienda a duras penas puede ser familia y conservar su dignidad.
Se puede y se debe hacer por convicción. Lo exige el amor al hermano en una Iglesia que o es samaritana o deja de ser Iglesia.
Pero, además y por añadidura, la Iglesia saldría ganando en reconocimiento y credibilidad social. Demostraría con gestos y hechos concretos sus profundas entrañas de misericordia. Porque la gente ya no cree en palabras. Sólo se fía de los hechos. Obras son amores.
José Manuel Vidal
 

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