sábado, 21 de mayo de 2016

Lo que cuesta seguir a Cristo

Si el Papa vive en una especie de residencia sacerdotal, los obispos no pueden seguir viviendo en palacios. Si el Papa va en pequeños utilitarios, los obispos no pueden circular en Audi o Mercedes.

 
Jesús exige de sus seguidores -y él mismo lo ejemplifica- el dejarlo todo. Con ello quiere indicar la radicalidad con la que hay que servir al reino, pero recalca también la necesidad de llevar a cabo la misión en pobreza intuición que siempre han recogido los grandes santos, sobre todo los reformadores. Cercanía y empobrecimiento generan ya fraternidad no avergonzarse de llamarles hermanos, cf. Heb 2,11- y expresan la intuición cristiana de que en lo que está abajo en la historia hay un tipo de fuerza insustituible y no encontrable en ningún otro lugar.

 
"Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro" (Mt 6, 24). Esta cita de Jesús muestra la necesidad de elegir y de elegir entre realidades objetivas que son en sí mismas excluyentes

 
Puede ser que hayamos salido de la crisis de los grandes números, pero eso ha sido posible a costa de dejar las cunetas del camino llenas de cadáveres, que nunca saldrán de ellas: los de quienes han perdido el trabajo y por su “elevada edad” (cincuenta o más) cada vez tendrán más difícil encontrar un empleo; algunos nunca volverán a trabajar. Los de quienes en ese camino se han visto desahuciados de sus viviendas; los de aquellos que, a pesar de tener trabajo, lo tienen en situación de tal precariedad que jamás saldrán de la pobreza. Los cadáveres de los jóvenes que, con “minijobs” o “contratos cero”, no podrán siquiera pensar en construir un proyecto personal de vida familiar. Los cadáveres de las mujeres y de los inmigrantes que son excluidos de eso que se llama la “economía formal”, y pasarán –en muchos casos ya lo son- a ser invisibles para este sistema…

 
Pablo exclamaba: “¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte?” Los tiempos no están para ese tipo de preguntas, pero el espanto que produce el injusto mundo en que hoy vivimos, la grave enfermedad de la civilización que hoy padecemos -una civilización del capital, que produce empobrecidos y excluídos, vencedores y vencidos, una civilización no sólo enferma, sino “amenazada de muerte”, en palabras de Jean Zingler- nos lleva a una pregunta semejante: ¿Qué nos librará de este mundo inhumano y cruel?

 

Jesús desarrolló su misión, acción liberadora, preferentemente de los pobres, como nos recuerda san Lucas en la escena de Jesús en la sinagoga de Nazaret (Lc 4, 16-21). La respuesta de Jesús a los discípulos enviados por el Bautista aduce como signo de la autenticidad de su misión la evangelización de los pobres (Lc 7, 18-23). De la misma manera la Iglesia, es "sacramento del Señor", tiene que verificar la autenticidad de su identidad y misión, como indica el Concilio Vaticano II: "así como Cristo fue enviado por el Padre para anunciar la Buena Noticia a los pobres (…) a sanar a los de corazón destrozado (Lc 4, 18), a buscar y salvar lo que estaba perdido (Lc 9, 10), también la Iglesia abraza con amor a todos los que sufren bajo el peso de la debilidad humana; más aún, descubre en los pobres y en los que sufren la imagen de su fundador pobre y sufriente, se preocupa de aliviar su miseria y busca servir a Cristo en ellos" (Constitución dogmática Lumen gentium, 8 = LG).


Sólo la Iglesia que se acerca a los pobres y a los oprimidos, se pone a su lado y de su lado, lucha y trabaja por su liberación, por su dignidad y por su bienestar, puede dar un testimonio coherente y convincente del mensaje evangélico




 

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