viernes, 24 de marzo de 2017

La resurrección de Jesús



 

Los evangelios incluyen entre los milagros varias resurrecciones de muertos: la hija de Jairo (Mc 5,22- 24. 35-43), el hijo de la viuda de Naím (Lc 7,11-15) y Lázaro (Jn 11, 1-44). En todos estos casos el relato evangélico, mediante algún detalle de la narración, expresa con claridad que se trata de una vuelta a esta vida temporal y, por tanto, sometida de nuevo a la muerte. La resurrección de Jesús, ¿es de la misma categoría? Ciertamente, no, si nos atenemos a las expresiones que usan los autores del Nuevo testamento para referirse a ella; estamos ante un hecho único en la historia.

Con frecuencia lo denominan exaltación o glorificación; también hablan de sentarse a la diestra del Padre, ser constituido Señor  de cielo y tierra, poseer la vida inmortal etc. Todo ello nos está indicando que Jesús no vuelve a la vida de antes de su crucifixión; no se trata de una reanudación de la vida mortal, como sucede en aquellos que se beneficia de su poder de hacer resurgir los muertos. Jesús, después de resucitar, ya no pertenece a este mundo, entra en el más allá.

Esto significa que el mismo acontecimiento de la resurrección de Jesús es un hecho real, pero por ser transcendente no puede ser objeto de investigación histórica. En sí mismo es inalcanzable para el ser humano. De hecho los evangelistas no narran el acontecimiento de la resurrección, aluden solamente al hallazgo del sepulcro vacío y las apariciones; el acontecimiento en sí mismo permanece en el misterio. Es más, la resurrección de Jesús no es un hecho verificable por cualquiera, es decir, no basta tener ojos y oídos para llegar a ser testigo de su resurrección. Este hecho excede al conocimiento común de los hombres.

El hombre no es capaz por sí mismo de descubrir y entender la naturaleza de ese hecho irrepetible. Sólo una revelación de Dios posibilita el conocimiento humano, como dice Hech 10, 40: “Pero si Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de manifestarse, no a todo el pueblo, sino a los testigos designados por Dios: a nosotros que hemos comido y bebido con él después de su resurrección de entre los muertos.”

Por tanto, lo que ocurrió en la resurrección de Jesús no se descubre con los medios del conocimiento natural, es algo que pertenece a la esfera de Dios y sólo puede ser conocido por testimonio y acogido por fe. Por ello, al reflexionar sobre la resurrección de Jesús encontramos ciertos límites que nos impiden hablar estrictamente. Entramos en un acontecimiento escatológico del que los testigos hablan de él.

Ahora bien, este evento ha tenido lugar en un hombre de esta historia; por tanto, necesariamente habrá dejado algunas huellas visibles. Estos indicios o fenómenos es lo único que puede estudiar el historiador justamente por suceder en nuestro mundo, por ser fenómenos empíricos, son accesibles a la investigación histórica; mientras que la resurrección de Jesús en sí misma, por ser un acontecimiento que pertenece al más allá, escapa a la lupa del historiador. “Que Jesús resucitado subió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre” es una afirmación propia, no es un libro de historia, sino un credo. Pero al mismo tiempo, la resurrección de Jesús es una obra de Dios en la historia humana. El Jesús glorioso en que desde los apóstoles cree la Iglesia es el Jesús crucificado por sentencia de Poncio Pilato en tiempo del emperador Tiberio. Uno de los personajes de la historia que conocemos también por documentos históricos, los apóstoles dieron testimonio de que se les había aparecido después de su muerte y que unas mujeres piadosas encontraron su sepulcro vacío al tercer día.

Los principales testimonios sobre la resurrección de Jesús nos han llegado en los escritos del Nuevo Testamento. No obstante, alguna referencia o eco de este suceso se nos ha transmitido también en los escritos judíos concretamente en Flavio Josefo y en la literatura rabínica. Tenemos el testimonio de Flavio Josefo sobre Jesús recogido en las Antigüedades judías, conocido como Testimonio flaviano: “porque al tercer día se les apareció vivo, como habían vaticinado profetas enviados por Dios, que anunciaron muchas otras cosas maravillosas de él”


Es difícil encontrar textos de  la literatura rabínica tan explícitos como el que tenemos en Josefo. Sin embargo, no podemos olvidar que la base principal que tenía la Iglesia para afirmar la divinidad de Jesús en un ambiente hostil era el hecho de la resurrección. Una de las alusiones que aparece en el tratado Taanit 65b del talmud palestiniense. Otro texto que manifiesta también la pretensión divina de Jesús, considerada contraria a la fe judía por el Sanhedrín y los judíos que se opusieron al cristianismo, se haya en Pesiqta Rabbati 21, una colección de Midrashim sobre las lecturas del Pentateuco y los profetas realizadas en el siglo IX.

Por otra parte, podemos rastrear algunas huellas o fenómenos históricos que tienen su origen en el acontecimiento de la resurrección. En primer lugar tenemos la misma predicación apostólica sobre Jesús. Es necesario recordar que, para todo fiel judío, la condena del sanedrín significaba el juicio de Dios, por tanto, el tribunal supremo judío había expresado el juicio divino cuando condenó a Jesús como blasfemo, maldito de Dios. ¿Cómo es posible que un grupo de judíos no aceptaran como definitivo este juicio del Sanhedrín? Es más, ¿cómo es posible que aquellos hombres, inmediatamente después de la muerte de su Maestro, se atrevieran a predicar que la plenitud de la vida humana se concedía al seguidor de Jesús? En otras palabras, ¿Cómo se explica que propusieran públicamente a este condenado como el salvador de los hombres, como aquel que obtiene el perdón de los pecados y restablece la amistad con Dios? La única explicación posible es la resurrección de Jesús. Hecho inaudito que ellos consideran verdadero juicio divino: Dios, al resucitarlo, se ha manifestado de acuerdo con la pretensión de Jesús ya ha descalificado la condena del sanedrín. El acontecimiento sorprendente de la resurrección de Jesús es la única razón verdaderamente explicativa de la existencia de la predicación cristiana.
 

De igual modo, la existencia de la Iglesia, su permanencia en la historia, exige el hecho de la resurrección de Jesús. La iglesia se presenta en la historia ante todo como relación con Cristo vivo.


 

 

 

 

 

 

 

 

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