sábado, 25 de marzo de 2017

Los milagros de Jesús




Algunos estudiosos consideran carente de importancia que Jesús obrara milagros. Según ellos, sabemos con certeza que la Iglesia primitiva narraba milagros de Jesús como medio de manifestar su persona y obra, pero desconocemos si tales prodigios sucedieron históricamente. Es más, tampoco es necesario probarlo –dicen-, pues la fe cristiana se basa en la predicación de la fe apostólica, no en la historicidad de los relatos de milagros que contienen los evangelios. Esta renuncia a la investigación histórica sobre los milagros contradice la esencia del anuncio cristiano, pues la Buena Nueva que anuncian los predicadores cristianos no consiste en un enunciado de verdades religiosas abstractas, como los que tenemos en otras religiones, sino en la proclamación que Dios ha hecho hombre a Jesús de Nazaret y ha realizado la salvación de los hombres a través de su muerte y resurrección.

Es cierto que no podemos probar con los medios de investigación histórica que Dios nos ha redimido en la vida, pasión y muerte de Jesús de Nazaret; la aceptación de esta verdad pertenecerá siempre a la decisión de la fe. Pero la índole histórica de la fe cristiana nos autoriza a preguntarnos por la historia de Jesús, por las que de verdad hizo y enseñó.

La característica esencial del cristianismo es que Dios se manifestó en la historia, estableció un dialogo con el hombre a través de la humanidad de Jesús de Nazaret.

Una de las razones para rechazar la historicidad de los milagros evangélicos es el parecido de éstos con las leyendas que encontramos en torno a otros fundadores de religiones o figuras destacadas en ellas. Sin embargo, es un grave error deducir unas conclusiones categóricas  sobre la historicidad apoyándose en el parentesco formal, muchas veces superficial, entre los evangelios y las narraciones de otros ámbitos culturales y religiosos.  En realidad, la verdadera dificultad de estos estudiosos proviene de su prejuicio filosófico: la razón humana no puede admitir los milagros, porque lo milagroso es imposible en un mundo sometido a rígidas leyes físicas; los milagros son científicamente imposibles.

¿Cómo explicar entonces la presencia de estos relatos en los evangelios?

Las explicaciones ofrecidas por estos estudiosos que afirman la imposibilidad de los milagros pueden reducirse  a dos: la racionalista y la mítica o legendaria. Según la interpretación racionalista, tras los relatos de los evangelios se esconden hechos que en el origen no tienen nada de prodigioso. En la multiplicación de los panes, por ejemplo, lo que sucedió fue que los apóstoles convencieron a un muchacho, que llevaba cinco panecillos de cebada y dos peces, para que repartiera sus provisiones con otros; el ejemplo cundió, y los demás repartieron también sus provisiones, hasta que la multitud se sació. Esta interpretación racionalista introduce en el texto evangélico una serie de cosas que no dice o lo manipula caprichosamente.

La mejor crítica que se puede hacer a esta hipótesis es el estudio científico de los documentos históricos que tenemos.

Flavio Josefo, en su obra Antigüedades Judías transmite una información sobre Jesús; este pasaje se ha denominado Testimonio flaviano. En él se pueden leer algunas frases cristianas que pertenecen a este historiador: “por este tiempo vivió Jesús, un hombre sabio, si se puede llamar hombre. Fue autor de obras increíbles que acogen la verdad con placer...”

En la actualidad la mayoría de los estudiosos, teniendo en cuenta las versiones árabe, sirica y latina, consideran autentica la referencia a Jesús, pero no en los términos que nos han llegado. En cualquier caso, los estudiosos están de acuerdo en reconocer como original la mención de las obras prodigiosas realizadas por Jesús. Es decir, que según el testimonio de Flavio Josefo, Jesús realizó milagros.

El Talmud de Babilonia.

Una fuente histórica que realmente es independiente de los documentos cristianos es el Talmud de babilonia. En él se recoge una tradición muy antigua, conservada en el tratado Sanhedrín. El texto subraya que Jesús fue condenado según la ley, al atribuírsele delitos sancionados duramente por la ley mosaica. Fue considerado un hechicero, un seductor, una persona que practicaba la magia y engañaba al pueblo (Mekshsehef).

Como es fácil observar, las acusaciones contra Jesús transmitidas en el Talmud son las mismas que aparecen en el Nuevo Testamento. En la disputa con los fariseos a causa de los milagros realizados por Jesús, Mateo refiere la siguiente acusación: “pero los fariseos al oírlo dijeron: este expulsa los demonios con el poder de Belzebú, príncipe de los demonios” (Mt 12, 24). En cuanto a los cargos presentados delante del tribunal de Pilato, los evangelios son muy explícitos; quizá que sea Lucas el que más los detalla: “y se pusieron a acusarlo diciendo: hemos encontrado que éste, anda amotinando a nuestra nación y oponiéndose a que paguen tributos al cesar, y diciendo que es el Mesías rey (Lc 23, 2.5). Los verbos griegos usados por Lucas son reminiscencia del lenguaje judío recogido en el Talmud, pues ambos verbos traducen en los LXX el verbo hebreo que significa “incitar a la rebelión”, pervertir.

Por su parte Marcos y Mateo señalan con claridad que los motivos tenían que ver con una transgresión a la ley mosaica.

Por tanto el Sanhedrín tenía motivos para condenar a Jesús a muerte, pues así lo manda la ley de Moises.

Los judíos atribuyen la muerte de Jesús, pues al ser considerado un blasfemo y herético, un maldito de Dios, había que aplicarle todo el peso de la ley.

Pero detengámonos  en uno de los delitos por los que fue condenado por el tribunal del sanedrín: “ha practicado la hechicería” cómo hemos visto, aquí se usa una fórmula muy semejante a la utilizada en los evangelios por los adversarios de Jesús, cuando le acusan de pacto con Belcebú (Mc 3,22; Mt 12, 24, 27). Es decir, los fariseos y los defensores de la ley mosaica consideraban que los prodigios extraordinarios realizados por Jesús conducían a los hombres lejos de Dios, los introducían en la desobediencia de la ley.

Pero diciendo que Jesús practicó la hechicería o tuvo pacto con Balcebú se está reconociendo que realizó obras que llaman la atención por su carácter extraordinario. Los discípulos de Jesús vieron en ellas milagros auténticos; sus adversarios las consideraban obras de hechicería. Ahora bien, el dato de que tales obras no se nieguen, sino que se interpreten simplemente de diferente manera, es prueba de la historicidad de tales obras prodigiosas. El hecho era tan real y conocido que los adversarios de Jesús y el cristianismo naciente no podían negarlo, sino solamente interpretarlo de modo distinto. Si los relatos evangélicos fueran creación de la comunidad cristiana sin fundamento histórico, como sostiene cierta crítica moderna. La tradición judía seguramente no hablaría de práctica de hechicería, sino de falsa milagrería inventada por sus seguidores.

EL TESTIMONIO DE LOS EVANGELIOS.

Hay estudiosos que consideran los relatos evangélicos inservibles para poder probar la historicidad de los milagros ya que fueron redactados por hombres que siguieron a Jesús; habría que considerar estos testimonios sospechosos de parcialidad. En realidad, la inmensa mayoría de los testimonios pueden ser acusados de parcialidad; también el de un adversario, pues transmitía los hechos desde una versión contraria o negativa, pero como acabamos de ver,  todas las fuentes sean escritas por los adversarios o por los seguidores de Jesús, pueden servirnos para reconstruir la verdad histórica. La única condición exigida es utilizarla críticamente. Por tanto, también los evangelios, valorados según los criterios de la ciencia histórica, pueden ser útiles para acercarnos al acontecimiento.

Si tenemos en cuenta las diferentes fuentes que los estudiosos han identificado en nuestros evangelios, cuatro de ellas testimonian que Jesús realizó milagros. El evangelio de Marcos narra doce curaciones milagrosas y una resurrección; contiene también cuatro sumarios que dicen que Jesús curó a muchos enfermos y alude en cuatro ocasiones milagros y exorcismos. La fuente común de mateo y Lucas, la llamada fuente Q recoge también un relato de curación milagrosa y tres dichos de Jesús que hablan de curaciones y exorcismos.

Por lo que se refiere al evangelio de Juan, de los veintinueve relatos de milagros que contienen los sinópticos, ofrece solamente tres: la curación del hijo del oficial, la multiplicación de los panes y Jesús caminado sobre las aguas.

En una primera impresión parece que se deba considerar estas narraciones de los evangelios como el mejor testimonio de la historicidad de los milagros de Jesús. La crítica histórica, no obstante prefiere fijar su atención en algunos dichos de Jesús que hacen referencia a ellos. La razón es clara: si estos dichos fueron pronunciados realmente por Jesús es decir, son auténticos, serian una prueba de primera mano sobre la historicidad de los milagros.

¿Cómo podemos tener la seguridad de que Jesús pronunció realmente estas palabras?

La certeza nos viene por los principales criterios de autenticidad. El criterio de atestación múltiple sostiene que hay fuertes motivos para pensar que se trata de un relato de gran garantía histórica cuando nos ha llegado en varias fuentes. De esta sentencia de Jesús hay testimonio en Marcos y en la fuente común de Mateo y Lucas, ambas escritos de una gran antigüedad.

Según el criterio de discontinuidad, se puede considerar autentico un dicho de Jesús cuando constituye una novedad dentro del judaísmo por el lenguaje o las ideas, y al mismo tiempo refleja la fe de la Iglesia primitiva. Aplicando este criterio al dicho que estamos estudiando, el resultado no puede ser más satisfactorio. La discontinuidad con el judaísmo se hace presente en le modo que Jesús tiene de hablar del reino de dios como una realidad que se ha hecho presenta ya entre los hombres; los escritos judíos hablan siempre del Reino de Dios como una realidad futura.

Por último no hay que olvidar que aquí tenemos unas palabras que son respuesta de Jesús a la acusación de tener pacto con Balzebú: Es impensable que los primeros cristianos inventaran semejante acusación contra su Señor. Atendiendo al criterio de dificultad, esta característica avala su autenticidad.

Una conclusión se impone: este dicho de Jesús de cuya autenticidad resulta muy difícil dudar, supone necesariamente la realidad de sus exorcismos y curaciones milagrosas.

Por regla general, los fundadores de las religiones han sido revestidos con la aureola del milagro. Algunos estudiosos han supuesto que los relatos de los milagros recogidos en los evangelios tiene también esta finalidad. Es más, consideran que fueron inventados por los primeros cristianos para presentar a Jesús de Nazaret con los mismos poderes que se solían atribuir en el mundo helénico a los dioses y hombres divinizados.

La semejanza que destacan estos estudiosos es fácil de explicar: El modo de narrar un milagro es siempre el mismo. El esquema narrativo no solo aparece en los relatos de la antigüedad sino también en las narraciones actuales que testimonian estos hechos extraordinarios. Dicho esquema tiene tres partes; introducción, curación y demostración de la misma, no hay otra forma de narrar un milagro.

Originalidad de los relatos evangélicos.

Sin embargo, cuando se comparan los relatos evangélicos de milagros con otros relatos helenísticos, observamos profundas diferencias entre ellos, a pesar del parecido de la forma.

Comencemos por señalar una diferencia muy importante: los milagros que en el mundo griego se atribuyen a dioses u hombres dotados de poderes divinos son un modo de exaltar al dios o la hombre que los realiza; en los evangelios, los milagros de Jesús están presentados como una perspectiva totalmente distinta, pues se les considera signos del reino de Dios. Esta es una característica desconocida en el mundo griego y propio de la tradición judía.

En cuanto al contenido del relato, no sólo llama la atención el realismo y la gran sobriedad de las narraciones evangélicas en comparación con la fantasía de gran parte de las helenísticas, sino también la presencia de elementos propios, características del mundo judío o motivos específicamente cristianos, es decir, datos no procedentes del ambiente literario y religioso pagano. Así, en buena parte de ellos, se reclama explícitamente la fe en Jesús para que se realice la acción milagrosa.

De igual modo, con frecuencia el mismo Jesús indica a Dios Padre como origen del don del milagro y, por tanto, a Él hay que alabar y agradecer el beneficio recibido.

Por lo demás, el contexto de polémica con la autoridad judía a causa de que Jesús realiza milagros también en sábado es un rasgo propio de relatos evangélicos. Por añadidura, el fuerte colorido arameo de numerosos relatos de milagros delata una primera narración fijada en arameo. Quien niegue la historicidad de los milagros de Jesús deberá dar una interpretación razonable de la existencia de estas narraciones con sus peculiaridades y características propias del mundo helenístico, y sobre todo tendrá que afrontar la enorme dificultad de explicar el origen de los dichos de Jesús recogidos en los evangelios que aluden a exorcismos y curaciones milagrosas. Estamos bañados, sobre todo desde hace siglos, en una atmosfera de racionalismo; respiramos el determinismo y el cientifismo en el aire de nuestras escuelas; para muchos hombres modernos, el “progreso” ha consistido en eliminar lo sobrenatural so pretexto de vencer la superstición.


Significado de los milagros.

Los relatos evangélicos presentan los milagros como signos del reino de Dios que Jesús predica, son acciones que hacen presentes los bienes prometidos por dios a los hombres. Tienen pues, una carga simbólica que los asemeja a las acciones simbólicas de los profetas del Antiguo Testamento.

Pues al igual que las acciones simbólicas del antiguo Testamento estaban al servicio de sus predicaciones y advertencias proféticas, los milagros de Jesús aparecen en los evangelios como acciones simbólicas al servicio de su anuncio del reino de Dios. Jesús atribuye sus exorcismos y curaciones milagrosas al poder de Dios; es decir, es Dios mismo quien actúa a través suyo. Ye estas obras milagrosas, realizadas en beneficio de los hombres  más necesitados, son el signo de que el reino de Dios anuncia que anuncia en su predicación ha llegado ya.



















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