viernes, 15 de diciembre de 2017

Tarancon, el caso Pikaza y una injusticia de la Iglesia que todavía no se ha reparado.


 
Hoy me ha llamado un amigo para decirme que después de leer lo que había escrito Xabier Pikaza en su blog se había emocionado véase:



A los jerarcas Se les llena la boca hablando de "testigos creíbles" del Evangelio. Pero, cuando tienen uno delante, no lo reconocen ni lo valoran. Es la eterna paradoja de esta nuestra institución que persigue y apedrea a sus profetas. ¡Quizás no pueda ser de otra forma! Xabier Pikaza es una bendición para el mundo y para la Iglesia. La Iglesia (jerarquía incluida) le debe un homenaje.

Xabier Pikaza es un teólogo que ha hecho experiencia profunda de Jesucristo, y nos hace descubrir que sin Él ya no se  puede vivir. Sabe que Dios se hace presente, como palabra, como silencio, como herida, como sanación, como muerte y como resurrección. Xabier Pikaza  nos hace descubrir que nuestra vida debe estar marcada por esa huella, esa marca, que nos ha dejado abierta la sed, la ansiedad, la curiosidad, el vivir.

Xabier Pikaza es un hombre conforme al corazón de Dios, que nunca se dejó intimidar por el temor para callar la Palabra del Señor y para decir la verdad aunque no les guste a los jerarcas. Su amor y su compromiso a Dios lo motivan a seguir sin reservas las directivas del Espíritu Santo para salvar almas para Cristo, por predicar y enseñar la Palabra de Dios al costo que sea. Las adversidades nunca pudieron detener el ímpetu de este corazón apasionado y bravo por Jesús.

Xabier Pikaza conoce muy bien a Dios y entiende perfectamente los signos de los tiempos. Sus palabras y sus escritos son un desafío - incómodo muchas veces - en medio de una Iglesia indiferente, apática, en medio del pecado que abunda, en medio de la tibieza, en medio del confort de una iglesia jerárquica cómplice del sistema que produce oprimidos y deprimidos en serie.

Es importante que en este mundo trivializado y gris, sin utopías ni ilusiones encontrar a personas como Xabier Pikaza, que por su modo de ser, comuniquen luz y ánimo para que podamos ser humanos y cristianos. A estas personas hay que buscarlas como se busca una perla preciosa y el agradecer a Dios el haberlas encontrado. Teólogos como Pikaza, Meier, Joachim Jeremías, Bonhoeffer… son este tipo de personas y teólogos que no siendo en “todo perfectos “se muestran humanos y comunican dignidad, esperanza, amor y sentido de la vida.

Utilizando la imagen orteguiana de la iglesia como arca de Noe, diría que en ella cogen todos: los que hacen crítica y los criticados, porque la iglesia es de todos los que navegan hacia Dios. En esta arca de salvación no hay lugar para las excomuniones. Los silencios impuestos, ni las pescudas inquisitorias, que nos retroceden al diluvio universal, ignorando el sacrificio de Jesús en la Cruz. La iglesia de Jesús sabe navegar, remontando suavemente todas las tempestades que se puedan presentar en sus travesías (Gs28).  

Pero lamentablemente, sigue siendo actual la crítica profética que Ortega le hace: La iglesia Católica que se proclama ministro de la vida, encadena y ahoga todo aquello que se presenta dentro de ella como nuevo, en cambio apuntala todas sus ruinosas antiguallas.
    
Ella que proclama renovar todo en Cristo, es hostil a renovarse a sí misma.

Hay épocas en que se hace necesario tener oídos ansiosos de novedad para evitar que desaparezca el Espíritu de Jesús (Mt 11,15; Mc 8;18). Muchas veces el mayor peligro con que se enfrenta la iglesia institucional no es el de las ideas nuevas, sino la no existencia de ideas.

        Cada generación debe aportar su particular experiencia con Cristo, sino quiere ser rechazada por perezosa, como el sirviente de la parábola (Mt 25, 24;30). La fidelidad al pasado en las epístolas pastorales no es bien interpretada muchas veces, sobre todo cara al dinamismo misionero.

Si realmente estamos a Las puertas de una nueva época , si nos encontramos ante un novum histórico , la novedad ha de afectar a la iglesia misma . A ella sobre todo se le dice con palabras de Isaías: “Mira, ahora hago nuevas todas las cosas” (Is 65,7); y a ella se le exige ser coherente con su mensaje de desprendimiento .

¿Cómo podrá desprenderse la que es tan rica , la que tiene tan inconmovible verdad, tan segura doctrina, tan larga tradiciòn, tan clara identidad , tan eficaz organizaciòn , tan fuere autoridad , tan rica liturgia ... Por de pronto, hay que recordar que “no es el discípulo más grande que su maestro” (Lc6,40), y que este siendo de condiciòn divina, decidió desprenderse de ella (Flp2,4). No será mucho esperar que la Igresia decida hacer lo mismo. También a ella se refiere aquello de que “quien quiera ganar su vidala perderá “(Mc8,35). De manera que si en este tiempo ecuménico la Iglesia desea a todo trance conservar a su verdad , su doctrina, su identidad,  su organización..., puede  que  gane el mundo -y eso es dudoso-, pero ciertamente corre el peligro de perder a su alma.
Cada vez que se le pidió la capa, procuro arramblar también con el manto. Para  su desconsuelo –y su  desconcierto-, al final se encuentra más desnuda que antes: veía como se le alejaba China, como se le oponía la clase obrera, como se divorciaban de ella los intelectuales
Si en estos tiempos nuevos la Iglesia se sigue aferrado a su verdad , a su ley , a su doctrina, a su identidad... y razonado que se trata de un patrimonio indiscutible , se irá convirtiendo en una secta en el mercado plural de las religiones. Una secta acaso poderosa acaso influyente y enarbolando el glorioso nombre de “católica” pero una secta, al fin.
Para los que deseen leer el artículo completo de xabier:
 

No quiero que pase este año, el 110 de su nacimiento, sin ofrecerle públicamente mi agradecimiento. Otros han analizado su figura y han cantado sus valores humanos y cristianos. Yo sólo puedo ofrecerle mi pequeño homenaje de teólogo sancionado, como fue sancionada mi madre, que también le admiraba, por ser quien era, y porque había querido resolver en concordia fraterna el “caso Pikaza”, como entonces se decía.

Yo había escrito un libro ingenuo y “virginal”, llamado Los Orígenes de Jesús (Sígueme, Salamanca 1976), reflexionando sobre algunas cosas que decía la exégesis normal del Instituto Bíblico de Roma sobre la familia de Jesús, con su nacimiento por el Espíritu, su identidad humana y su relación con el Espíritu.

Pasaron tres años sin que nada se moviera, hasta que hacia 1979 empezaron a entrechocar las aguas. Algunos teólogos (incluso de la P. de Salamanca) se lanzaron a decir que contenía varias herejías, y la Conferencia Episcopal de España creó una comisión para su estudio. Descubrí que casi todos los colegas de la Pontificia sabían algo y me daban consejos sobre cómo subir al castillo y resolver las cuestiones que me amenazan, sin que pudiera orientarme en los meandros de la parte baja.

Pero un día, pienso que a mediados del año 1980, me llamó el Cardenal Tarancón, Presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE) y Gran Canciller de la Pontificia y sólo entonces empecé a ver más claro.
 

Aquí empieza la historia que hoy quiero recordar, la de un Tarancón hombre y cristiano admirable, quizá el único obispo o cardenal que quiso resolver mi caso en línea de diálogo de fe, es decir, de humanidad creyente.

Ésta es una historia que no he contado a nadie, a no ser en un contexto muy íntimo, por pudor y por deseo de silencio (no me ha gustado hablar de "mis cosas"), pero hoy quiero hacerlo, por agradecimiento al Card. Tarancón, casi 40 años después, porque él se puso conmigo en la línea del Papa Francisco, como recordé hace 3 días en este blog, firmando con el Papa copto Swadros un documento donde sólo piden fidelidad a los tres primeros concilios. Tarancón me dijo algo parecido: basta que aceptel el credo pequeño (el apostólico o romano). Quiso resolver así mi caso, pero no pudo no le dejaron, como podrá ver quien siga leyendo.

En un comedor reservado del Regio de Salamanca

No sé el día, estará en los papeles de la U.P. de Salamanca, pero fue sin duda en el año 80, pues a principio del 81 Tarancón dejó de ser Presidente de la CEE. Me llamó el Rector de la Pontificia (hoy card. F. Sebastián) y me dijo: Tarancón quiere hablar contigo. Hemos reservado un comedor privado en el Regio.

Y allí fuimos. El rector vino con su secretario (profesor J. L. Acebal, q.e.p.d.) para que diera fe de lo que pasara. Tarancón vino sólo, sin nadie de la CEE ni de la C. para la Doctrina de la fe. Comimos los cuatro, hablando de cosas generales de la Iglesia y la política del momento. Empezando los postres, Tarancón encendió su puro, sacó unos folios de su cartera y me dijo:

Me han mandado que te lea estos folios, aunque eres una buena persona

− Me han mandado que te traiga y te lea en persona este informe y que busque contigo una solución para tu caso, y así quiero hacerlo, como Canciller de la Universidad y Presidente de la CEE y como cristiano. Está firmado por cuatro obispos de la Comisión de la Fe, entre ellos J. M. Cirarda, a quien debes conocer, por vasco. Está muy enfurecido por lo que dices en el libro de los Orígenes de Jesús, y no quiere que sigas en la Universidad de la Iglesia, porque no aceptas su doctrina. Estos cuatro obispos dicen haber leído tu libro y ha escrito un informe bastante largo y negativo, aunque confiesan al final que “eres una buena persona”, un buen cristiano... Y eso es lo que más les intriga y quizá más les molesta…

Le pregunté ingenuamente “y cómo saben que soy buena persona”. Tarancón me miro por encima de las gafas, a través del humo de su puro y me dijo:

− No preguntes eso. Si lo dicen es porque lo han investigado y lo saben, y porque te han “vigilado”, y han preguntado al Provincial de la Merced, por si podían buscar con él alguna otra solución, pero el Provincial les ha debido decir que no tenía nada contra ti, que eras un buen religioso y un buen cristiano, y que no puede ni quiere darte otro destino.

No veo lo que dices sobre un posible nacimiento irregular de Jesús

Tarancón siguió leyendo los folios. Yo no los tengo, creo que no se los pedí, ni me los ofreció, quizá tenía miedo a indiscreciones… Deben andar en algún archivo de la CEE, en Añastro, no voy a ir a buscarlos… Y así siguió leyendo hasta que se paró en lo del Nacimiento Virginal de Jesús, para comentar despues:

− Dicen que niegas el nacimiento virginal… Pero por lo que veo no debe estar muy claro, me parece que son deducciones que ellos sacan. Por lo que dicen debes dejar el tema abierto, en un sentido académico… De todas maneras me extraña muchísimo que digan que tratas de la posibilidad de que Jesús fuera un hijo extra-matrimonial de María…

En ese momento le paré y le pedí permiso para hablar…

− Mire, Monseñor, yo no planteo aquí el tema de la fe de la iglesia, ni quiero solucionar un tema de teología dogmática… sino que me limito a estudiar exegéticamente los textos, sin sacar conclusiones de fe; hago como me enseñaron los jesuitas en el Bíblico de Roma. Me limito a exponer lo que dice la Biblia, con pleno respeto y libertad, como pide el Concilio, dialogando, investigando… Como habrá podido advertir por lo que dicen los obispos, como teólogo, no me pronuncio, en ese nivel, no soy capaz de saber cómo fueron las cosas…Y por lo del nacimiento irregular no tenga miedo. Es un tema que están discutiendo muchos católicos y protestantes, tanto en Alemania como en Estados Unidos. Parece haber indicios de que en el nacimiento de Jesús debió ocurrir algo “distinto”, como supone el mismo evangelio de Mateo. Simplemente he presentado el estado de la cuestión, en un par de notas científicas. En ningún momento quiero ir en contra de la fe de la Iglesia, bien entendida, ni decir que María tuvo algún tipo de relación extramatrimonial (por violación o por simple engendramiento sin varón).

El tema de Jesús, hijo de Dios, y la persona del Espíritu Santo

Mons. Tarancón aceptó mis aclaraciones, pidiéndome sólo que fuera siempre respetuoso con la fe de los creyentes sencillos. Y pasó después a leer otro par de folios de mis censores sobre mi visión de la identidad de Jesús como Hijo de Dios y sobre la naturaleza de la persona del Espíritu Santo. Parece que decían que yo no creía que Jesús fuera Hijo eterno de Dios, como Logos divino, antes del tiempo, como decía, a su juicio, el Concilio de Nicea y el credo Niceno-Constantinopolitano, el largo de la misa,, sino que afirmaba que el mismo Jesús hombre era hijo de Dios…

Parece que mi forma de entender el Espíritu Santo, como relación dual del Padre y del Hijo y como principio histórico de la creación, no les convencía a esos obispos. En ese momento, cuando el Card. Tarancón estaba llegando al final de los folios y del puro, hice un gesto, pidiéndole que me dejara hablar, como en el caso anterior, de la Virgen María. Pero en ese momento se negó, de manera muy cortés, pero muy firme:

− No, no. No necesito ni quiero que me des tu opinión muy sabia, no voy a escuchar ahora una de tus clases de teología. He pensado mucho en lo que dicen estos cuatro obispos… y en lo que debes decir tú, aunque no he leído tu libro entero, y he visto muy claro que no sé quién tiene razón, si ellos o tú, ni me importa, pues yo soy un obispo y no un teólogo de escuela. Creo que estas cosas se pueden y se deben discutir, y me enfada mucho que haya obispos, que quieren meterse e imponer su opinión en cuestiones de pura teología, en unos momentos en que cambia la exégesis y la forma de pensar de la gente.

Dos cosas me pidió: Que confesara el credo pequeño y que fuera fiel a la Iglesia

Volví a hacer un gesto de que quería hablar, pero tampoco ahora me dejó. Me dijo que ésta no era una discusión de teología, como querían algunos obispos, sino una temática de Iglesia, esto es, de confesión y vida de fe, de comunión y de diálogo, de forma que hubiera espacio en ella para todos. Que no podía soportar que quisieran echar de la iglesia a gente como yo por sus opiniones discutibles, pero necesarias, en t eología. Y en ese contexto, con toda claridad, desde la fe de la iglesia, como “pastor”, no como teólogo, me pidió dos cosas.

Y al escucharlas me sentí como como una liturgia de Vigilia Pascual, cuando el celebrante pregunta a los asistentes sin creen, si se comprometen… En ese momento sentí y supe que Tarancón me hablaba como obispo y como cristiano, yendo a lo esencial, cosa que ni antes ni después han hechos obispos y cardenales que me daba la impresión de que sólo querían presentar y resolver el tema en un plano legal, de apariencia de fe, quedando bien con el Vaticano de aquel momento. Tarancón, en cambio, me dijo así:

− Te voy a preguntar dos cosas y quiero que seas serio, porque eso de enseñar teología en una Universidad de la Iglesia es algo serio:

Primera pregunta: ¿Tú crees en el Dios de Jesús y en Jesús Hijo de Dios? Más en concreto: ¿Confiesas el Credo? No, no hace falta que me recites el credo largo de Nicea-Constantinopla, que tiene cosas para resolver entre teólogos, como eso de la “mismo naturaleza que el Padre” y demás. Eso lo discutís y lo aclaráis en clase, si podéis, lo del concilio de Constantinopla y Calcedonia. Yo quiero sólo que me digas si crees y confiesas la fe del credo pequeño, el de tu abuela, eso que llaman el credo romano o de los apóstoles que dice simplemente: “Y en Jesucristo, su Hijo, nuestro señor…, que nació, que padeció, que resucitó, y en el Espíritu Santo…”.

Yo le respondí emocionado que sí. Había pensado que me llamaban para una discusión teológica, y descubrí que Tarancón sólo me pedía una simple confesión de fe, de palabra, no por escrito, de hombre a hombre… Y cuando estaba saliendo de mi asombro, él siguió en la línea de su credo pequeño, allí donde dice: “y en Iglesia católica, el perdón de los pecados, la comunión de los santos…”. También esta vez la pregunta fue muy sencilla, también de hombre a hombre, de pastor a cristiano:

Segunda pregunta. ¿Tú crees en la Iglesia? Ya sabes que creer en “ser fiel”. ¿Tú quieres ser fiel a esta Iglesia, no para tomarla sin más como es, sino para mejorarla? ¿Estás contento de ser cristiano y quieres vivir en la Iglesia concreta, con honradez, buscando el bien de todos, a pesar de posibles disensiones teológicas?

También aquí le respondí que sí, que lo que yo quería es caminar en los caminos de la Iglesia, como teólogo, en confianza y libertad…

No me escribas a la conferencia episcopal, allí está Jesús

No me dejó hablar mucho más. Estaba terminando el puro y pensó que la cosa estaba resuelta, añadiendo simplemente que tenía que ir a Roma para resolver algunas cosas al final de su mandato como Presidente de la Conferencia Episcopal, para pedirme al final:

− Por favor, esto que me has dicho escríbemelo en una carta, diciéndome las tres cosas que me has dicho: Que quieres trabajar con libertad, como exegeta; que crees en la divinidad de Jesús y del Espíritu Santo, como dice el credo más antiguo de la Iglesia, y que quieres mantenerse hondamente en la iglesia, con fidelidad

− Lo haré, no se preocupe, le respondí… (Y entonces, para mi gran asombro, él añadió…):

− Mándame la carta a mi casa de San Justo, por favor, como carta privada. No escribas a la Conferencia Episcopal, porque allí está Jesús y él y otros quieren manejar estas cosas de otra forma.

En ese momento no supe quién era Jesús, aunque tan pronto como salí al acabar la reunión, después que Mons. Tarancón me diera un abrazo de complicidad creyente, caí en la cuenta de que se trataba del famoso Iribarren, Secretario de la Conferencia Episcopal, casi vecino de mi pueblo, tras el Amboto... Me dio una pena infinita. Me di cuenta de que a él, al mismo Tarancón, le estaban manejando más que a mí.

Hizo lo que pudo, pero no pudo resolver el “caso”

Todo lo que sigue de esta historia debería contarse en otro momento, con más tiempo, aunque algo he dicho en un libro titulado Las Siete Palabras de X. Pikaza (PPC, Madrid 1996). Aquí sólo quiero añadir algunas cosas, que han marcado mi vida, y que se inscriben en el gran cambio de la Iglesia española y universal a partir del año 1981/1982,

− Tarancón fue a Roma, llevando entre otras cosas mi palabra de fe y mi compromiso eclesial, con mi carta firmada (¡debo tener una copia, pero no sé en qué papeles, no sé si entre los de Tarancón estará el original, aunque no en Añastro!). Pero en Roma no le hicieron ningún caso a sus propuestas, y mucho menos a mi confesión de fe, ni quisieron aceptar la forma en que él quiso resolver “caso”. Tampoco le hicieron caso en otros asuntos muchos más importantes, y rechazaron su forma de entender la Iglesia en España.

− A principios del año 1982 me llamaron a Madrid A. García Gasco (que debía ser de la Comisión de la Doctrina de la fe, luego arzobispo de Valencia) y J. Iribarren (secretario de la CEE, 1977-1982)… Fue el día en que se constituyó la Asociación de Teólogos Juan XXIII. Estuve por la mañana en Añastro, por la tarde con la Asociación. Pero no he vuelto después, pues ni unos ni otros me han llamado, y así he preferido andar a mi aire, con la libertad de los hijos de Dios. Iribarren y Gasco estaban muy serios. No me hablaron de Tarancón, como si no hubiera existido, como si yo no hubiera tenido ninguna entrevista con él. Me presentaron otros papeles, y debí firmar algo. Pero no estoy seguro de ello.

− Avanzado el año 1982, me llamó el nuevo presidente de la Comisión para la Doctrina de la Fe (1981-1984), el obispo de Plasencia, Mons. Antonio Vilaplana. Me invitó a comer en su apartamento del palacio episcopal, con su mejor coñac, calentado en copa grande de mechero… Y me dijo que lo de Tarancón no había valido de nada. Que se habían reído de él en Roma, que era demasiado ingenuo, demasiado bueno para el Vaticano… Que ahora debíamos arreglar las cosas de otra forma, y que él lo haría en Roma. Me pidió que escribiera no sé qué, que escribí… Pero más que mi “caso” hablamos del suyo, porque esperaba ser Arzobispo de Barcelona, después de N. Jubany…

− Tampoco Vilaplana arregló nada, y así el año 1984 fui despedido de Salamanca… y así deambulé entre Roma, Verín y Salamanca (aunque no en la Universidad), varios años, a solas con mi teología que ya no era ingenua, mientras parecía que muchos olvidaban a Tarancón.

− Tres años (1987) después me escribió el Card. A. Suquía, nuevo presidente de la CEE, una carta que debo conservar, no sé si lo hizo como amigo (amigo de familia de una tía mía) o porque se sentía responsable de mi caso… Él había hecho la tesis doctoral sobre San Ignacio de Loyola, y así me pedía que me sometieron en todo, incluso contra mi parecer, al parecer de la Iglesia. Quizá se sentía responsable de algo.

El año 1989 volví a dar clases en la Pontificia de Salamanca, pero en condiciones "humillantes" (que no expusiera temas de fe, sino "marías" (temas de pura Biblia,
filosofía o fenomenología,
pero las cosas no eran como habían sido, ni la Universidad, ni la Iglesia, ni yo… Sólo ahora, con Mabel, pasados casi 40 años, en este año de gracia 2017, vuelvo a recuperar mi ingenuidad teológica.

Muchas cosas han pasado… y en el fondo todas para bien. Pero entre lo bueno, de lo más bueno ha sido mi encuentro con Mons. E. Tarancón, a quien de mucho, mucho más de lo que él quizá ha creído. Ahora, a los 110 años de su nacimiento se lo quiero decir.

 

1 comentario:

  1. Me agradó mucho leer esta narración, sobre todo, ha crecido mi admiración por el excelentísimo Señor Xabier Pikaza. He leído narraciones de otros santos, que en su tiempo no fueron bien vistos y después de santificarlos hasta los nombraron doctores de la Iglesia.

    ResponderEliminar