martes, 22 de marzo de 2016

El nuevo obispo de Mondoñedo-Ferrol se presenta como «misionero» y «pecador»


 
 
 
«Me siento llamado a la misión»
El obispo electo de Mondoñedo-Ferrol ha recordado su vocación como misionero claretiano para asegurar que «me siento llamado a la misión, y me presento como obispo misionero» ante su nueva diócesis. «El misionero, cuando recibe un nuevo destino, deja todo para ir a anunciar el Evangelio. Ahora yo también tengo que dejar mi Provincia claretiana [de la que es Provincial desde 2012], mi vida comunitaria, y la presidencia de la CONFER [que rige desde 2013], y lo hago con espíritu de obediencia», es decir, «desde la donación del corazón a Dios», ha señalado.
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Evangelizar es enseñar a los hombres el arte de vivir”, declaró Ratzingert, con ocasión del jubileo de los catequistas.

Cuando el pueblo de Dios trabaja en cooperación con sus dirigentes, Dios es glorificado. La unidad del cuerpo que resulta de la armonía del mismo  da testimonio al mundo de que Jesús fue enviado por Dios (Juan 17,21). Glorifica el nombre de Dios. El vivir y trabajar en armonía, sin luchas ni divisiones, constituye un ejemplo de piedad. Cuando hay armonía entre los creyentes es posible que se realice la voluntad de Dios en el cuerpo. Efesios 4:16 nos dice que cuando todos “se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor”
 
Dios, sin la virtud es una palabra vacía. ”Dios” y todas las palabras cristianas son palabras hueras carecen de significado, hasta que se ponen en práctica, la vida de quien las pronuncia comienza a hacerlas realidad. Lo primero que debe hacer una comunidad para transmitir la fe es vivir la fe cristiana. Porque Dios no es una palabra que resuma una definición, que condense un concepto. Es una palabra para la invocación y para orientar una praxis determinada. Encontrarse con El, hacer la experiencia de su presencia, no es convertirlo en objeto de ninguna clase de visión; es aprender a vivir divinamente la vida diaria. La vida cotidiana vivida divinamente, es la mejor palabra que disponemos para “decir Dios” con pleno sentido.
Nadie puede eludir su parte en la transmisión de la fe y esa parte la ofrece cada persona, cuando transparenta la presencia divina que vive.
Debemos ser como la sal. Antes de poder hacer realmente algo para Cristo, tenemos que ser lo que él quiere que seamos. Habremos de ser testigos. El testimonio no se reduce solamente a hacer, sino mucho más importante aún, ser.
Cuando Cristo nos comparó con la sal, era otra manera de decir que el mundo es como una comida sin sabor, porque la vida sin cristo, la vida sin Dios es una vida sin esperanza. No hay autentica felicidad en la vida para los que no conocen a cristo. Si somos sal para la gente que nos rodea, les ayudaremos a encontrar un nuevo significado en su vida.
Cristo quiere que seamos sal en nuestra familia, y en el sitio donde trabajamos, de tal modo que a través de nuestra vida la gente vea la obra maravillosa de cristo en nosotros y glorifique a Dios.
José Carlos Enríquez Díaz 
 

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