jueves, 17 de marzo de 2016

Don Luis Angel , nuestro obispo, se presenta como misionero.


 
 
Estas son sus palabras: “Me presento ante vosotros como misionero. Sabéis que soy misionero claretiano, hijo del Inmaculado Corazón de María.”
 Gracias a la vida estos grandes misioneros claretianos, América Latina y el Perú son un continente y un país católico. Y fueron grandes misioneros, porque no se anunciaron a sí mismos sino a Cristo y su misterio de salvación, núcleo de toda evangelización, ya que Cristo manifiesta el Plan del Padre y le revela a la persona humana, el modo de llegar a la plenitud de su propia vocación.
Fueron grandes misioneros porque fueron misioneros según el corazón de Jesús, el primer evangelizador, porque supieron representar  al único Buen Pastor, el Señor Jesús, haciendo entrar a sus ovejas por la única puerta de la salvación que es Cristo.

Las siguientes palabras son de nuestro obispo:
“Nos iremos conociendo. Vuestras vidas me importan y quiero serviros como lo hace Cristo, Buen Pastor y Buen Samaritano. Estando próximo a todos, sin excluir a nadie, procuraré que la senda del seguimiento me lleve a la casa de los pobres, los crucificados de este mundo, los predilectos del Padre. No podemos dejar a los pobres defraudados.”

“Un saludo misericordioso y esperanzado a los enfermos, a los discapacitados, a los parados, a los inmigrantes, a las familias con problemas, a cualquier víctima, a quienes sufren la soledad, el abandono, la droga… A todos los que estéis pasando por dificultad y necesidad. Quiero hacer mío vuestro sufrimiento para intentar abrazar con vosotros la esperanza”

Así es D. Luis, el Señor nos llama a volver a las Sagradas Escrituras y al pobre.

Hacer una opción preferencial por los pobres es una obligación para todos los creyentes en Cristo. Esto no es oportunismo político, sino congruencia cristiana y fidelidad al Evangelio...

Dios todavía elige al débil para revelar Su fuerza.
El escoge lo pequeño, lo débil, lo oscuro. El hombre elige lo grande, lo fuerte, lo que tiene relieve, lo impresionante. Es natural que así sea, porque el hombre no puede conseguir que lo débil sea fuerte, o que el pequeño sea grande, y Dios sí. “El Señor hizo en mi cosas grandes” (Lc 1,49). Dios puede romper el cántaro y hacerlo nuevo, enderezar lo torcido y curar lo deteriorado.


Jesús le dijo al apóstol Pablo: "Mi gracia es suficiente para ti, porque mi poder se perfecciona en la debilidad" (2 Corintios 12:9).


¡Qué bendición! Jesús nunca dijo: "Bienaventurados son los fuertes, los felices, los auto-suficientes o los poderosos." ¡No! Nuestro Señor bendijo a los débiles, los insultados, los perseguidos, los humillados, los que se consideran nada a los ojos de los demás.
 Más que el Jesús glorificado, sabio y triunfador, impresiona el Cristo débil, es decir, el Cristo kenótico de Flp 2, 6-11, aquel que se “despoja” de su divinidad fuerte, de su señorío impositivo (del Reino entendido como imposición externa), para hacerse desde dentro hermano de los hombres que sufren, de los crucificados. 
A menudo, los hombres utilizan a Dios para obtener riquezas, fama, honra y respeto. Usan el talento, la personalidad y la perspicacia para expandir el reino de Dios, pero Él no se deja impresionar. Su poder se perfecciona en nuestra debilidad, en nuestra incapacidad de obedecer sus mandamientos en nuestras propias fuerzas.
 
Dios se deleita al usar nuestros fracasos, al usar a hombres y mujeres que piensan muchas veces que no pueden hacer nada correcto.
Jesús aparece así como alguien que tantea, como aquel que va buscando por encarnación real en la historia conflictiva, desde los derrotados de la tierra.

Dios ha puesto en primer lugar a los apóstoles; en segundo lugar, a los profetas; en tercer lugar, a los maestros... Todos somos, pues, diferentes; pero todos formamos una sola Iglesia, adornada con dones distintos, para el bien común. Nuestras diferencias son una riqueza del Espíritu para su Iglesia. No pidamos, pues, que los obispos,  sean idénticos unos con otros.

Acojamos a nuestro obispo como hermano y como padre. Estemos dispuestos a facilitar su misión.  Rezar por  nuestro obispo es una tarea de los diocesanos. La Iglesia sin obispo no puede ir adelante. Por eso, entonces, la oración de todos nosotros por nuestro obispo es una obligación, pero una obligación de amor, una obligación de hijos para con el Padre, una obligación de hermanos, para que nuestra diócesis  permanezca unida en la confesión de Jesucristo, vivo y resucitado
 José Carlos Enríquez Díaz

1 comentario:

  1. Muy bueno. Ya tiene un par de amigos el nuevo Obispo en Ferrol. Un abrazo

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