martes, 21 de mayo de 2019

Los politicos que nos merecemos


 
 
 
Decía Pérez Reverte: “De nada sirven las urnas si el que mete la papeleta es un analfabeto”
Me parece muy bien lo que dice Reverte, pero yo matizaría en que esto sirve para todos los partidos y no para uno en particular, ni para la gente de pueblo, sino para los analfabetos nuevos ricos. Pues en muchas ocasiones los cultos son más imbéciles que la pobre gente.
Muchas veces los menos aptos están en los grandes tronos. Sobre esto también escribió Ortega y Gasset en la rebelión de las masas… Antes mandaban los señoritos, algunos bien, pero a costa de los pobres y de la pobre gente.
Todo esto, sin entrar en el escenario kafkiano actual de la vida política española, el país del chiringuito y la pandereta. España es mucho más que esta mediocridad a la que nos quieren forzar estos partidos totalitarios con cara de meapilas.
La cultura europea nunca se ha inspirado en un igualitarismo totalitarista, sino en la idea de libertad. Y la política es obra de libertad, pero no entendida como puerta abierta para la oligarquía más descarada de la historia de nuestra democracia.
Nuestra libertad política se reduce a la elección de candidatos de gobierno y todo marcha cuando el gobierno es ejercido por personas competentes. La libertad política es la capacidad de confianza en ciertos programas y ciertos protagonistas pródigos en seguridades y cortesías en campaña electoral que se vuelven impenetrables, o arbitrarios y tiranos cuando, se encaraman en la poltrona. 
Y hemos aguantado y tendremos que seguir aguantando. Nos habéis desangrado económicamente para mantener una burocracia fuera de madre, os habéis bufonado de nuestros principios morales, habéis invadido nuestros hogares, pretendéis desquiciar a nuestros hijos con una enseñanza depravada. Impunemente, abusando quizá de la mayor crisis espiritual que hayamos atravesado. 
 
Además, habéis disuelto las reglas del juego, habéis abusado del poder, que no de la autoridad, con la fuerza de la policía y no de la razón y la justicia. La democracia no está segura en vuestras manos, porque se trata de una dictadura encubierta, con apariencia de democracia pero con un grave desprecio de las libertades de la gente común, no de los desquiciados; Sois demagogos, quizá los más grandes que nuestra historia haya conocido. Habéis conseguido la degeneración de la democracia en igualitarismo mediocre, en desprecio de los derechos más elementales en materia de matrimonio y familia, llegando a pisotear la libertad de enseñanza con la técnica del peor totalitarismo, con los abusos de poder económico, con desprecio de la libertad de conciencia.
La base de la democracia no son declaraciones acarameladas de principios etéreos que no convencen a nadie; la base de la democracia es que cada individuo es sagrado. Y que hay cosas que no se tocan. La ideología de género es una muestra clara de cuánto habéis estirado el chicle. A cualquiera con un mínimo de sentido común y que os haya leído, le entran pesadillas de considerar los derroteros a los que pueden llevar ese igualitarismo radical. No sabéis lo que es un niño o un adolescente. Estáis preparando una sociedad de monstruos. Por esto y por mucho más, no podemos permitir que los niños y los jóvenes vean destruidas sus vidas por una ideología  contraria al más elemental sentido común.
Esta ideología afirma que no existen sexos; sólo roles, orientaciones sexuales mudantes, que se pueden cambiar en la vida  todas las veces que se quieran.  La ideología de género parte de un principio podrido: los hombres y las mujeres no sienten atracción por personas del sexo opuesto por naturaleza. Y eso está equivocado.

Dicen que eso es fruto sólo de un condicionamiento cultural de la sociedad.  El deseo sexual –afirman- es indiscriminado. Yo y mi caballo.
Pero sobre todo, estáis invadiendo cortijos ajenos. La educación es derecho y deber de los padres. Hay que acabar ya con el sistema de educación estatalista en el que se hace casi milagrosa la libertad y la independencia.
Estamos llamados a una movilización general de los espíritus, a la que deben incorporarse en primera línea las nuevas minorías de choque para hacer frente a los ataques de las ideologías deshumanizantes.
La crisis más peligrosa que puede afectar al hombre es la confusión entre el bien y el mal, la cual imposibilita el construir, el conservar el orden moral de las personas y de las instituciones y que llega con audacia insolente a convertir paradójicamente la conducta que es delito en derecho consagrado. No cabe ceder ante las presiones demagógicas de grupos de presión, que no tienen en cuenta  ni la verdad ni el bien. Al menos, no el bien común: sólo el bien de cuatro desquiciados.
 Si cada nación tiene los políticos que se merece, quizá pudimos  haber tenido la oportunidad de demostrar que nos apuntábamos a otra cosa. Pero sin olvidar que todos los partidos políticos se han convertido en estructuras de pecado y todos ellos rechazan la realeza de Cristo. Ningún partido político defiende rotundamente el derecho a la vida, algunos llevan en su programa volver a la ley de plazos. Con la ley del 85, se llegaron a practicar cien mil abortos al año en este país. ¿Nos van a decir que algo así es compatible con el “derecho a la vida"?
Todos los partidos políticos deberían revisar también sus mecanismos de reclutamiento y promoción para asegurar que sólo las personas honradas y con principios éticos puedan acceder a responsabilidades públicas. La capacidad de gobierno dependerá de la integridad moral y de un alto grado de conciencia. Solamente quien es capaz de vivir una ética basada en los principios tradicionales puede hacer que un pueblo alcance una vida próspera y feliz.
El Político que se considere cristiano debe promover una mayor igualdad social, procurar que cambie la actual estructura clasista de nuestra sociedad.
Pero lo que un político no podrá aceptar nunca como línea de conducta es el uso de determinados medios, como la mentira, la venganza, o la calumnia.
Los propios partidos políticos  son los que deben actuar con rapidez ante cualquier indicio de comportamiento corrupto o de aprovechamiento de lo público a favor de intereses privados y personales.  El afán de poder nos sólo se reduce a la pertenencia a una clase social. Este afán de poder sigue ejerciendo una gran influencia, tanto en países capitalistas como en países socialistas de muy distinto signo.

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