lunes, 6 de mayo de 2013

Salvemos Europa de la dictadura




El euro está muerto. Si todavía no ha sido
enterrado formalmente, es sólo porque los sepultureros
todavía no regresan de sus vacaciones de
verano..


Debemos detener el Mecanismo Europeo de Estabilidad (M.E.E. o MEDE), y romper el poder de los especuladores con ley Glass Steagall. No vamos a pagar las deudas ficticias del sistema especulativo con vidas humanas. El movimiento internacional del economista Lyndon Larouche propone un regreso al estándar Glass-Steagall del presidente estadounidense Franklin Roosevelt, para comenzar un programa de recuperación y así evitar la destrucción total de la economía española.
¡Únete a la Resistencia!


¡Salvemos a Europa de la Dictadura Europea!

 

Excelente comentario de Xabier Pikaza en su libro historia de Jesús. Articulo extractado. Editorial Verbo Divino

El perdón de Juan Bautista funcionaba en un plano sacral: Vendrá tras la confesión de los pecados (hamartíais; cf. Mc 1, 6; Mt 1, 6) y se logrará en el juicio futuro de Dios, simbolizado por el bautismo. Por el contrario, Jesús ofrece el perdón de Dios y pide el perdón interhumano antes del juicio, y no lo relaciona con la confesión de las propias culpas (y con el bautismo), sino con el perdón de las deudas que ofrecen y comparten aquellos que le escuchan y le siguen (¡como nosotros hemos perdonados; pues también nosotros perdonamos).
Dicho eso, debemos añadir que los discípulos de Jesús no piden a Dios que perdone sus pecados (hamartíais, en clave religiosa), sino sus deudas (opheilêmata), como ha destacado expresamente Mt 6, 12: «¡Perdona nuestras deudas como hemos perdonado a nuestros deudores!». Jesús no se sitúa en el espacio religioso del pecado (terreno propio de sacerdotes), sino en el plano más social de las deudas, que incluyen no sólo los pecados, sino los “bienes” que unos hombres deben a los otros (y en otro plano a Dios).
El evangelio de Lucas ha sentido la dificultad de mantener en ambos casos ese lenguaje judío, propio de la tradición profética de Jesús, y cambia la primera expresión, para situarse en un nivel más sacro-sacerdotal (cercano a Pablo: cf. Rom 5-8), diciendo “perdona nuestros pecados” (hamartías, en vez de opheilêmata, deudas). Pero no ha tenido libertad para cambiar la terminología en el segundo caso, y así sigue diciendo “pues también nosotros perdonamos a quien nos debe algo” (panti opheilonti hêmin). Lucas supone así que la relación con Dios puede expresarse en forma de pecado, mientras que la relación con otros hombres se expresa como “deuda”, confirmando así la prioridad del lenguaje social (económico) sobre el religioso [i].

Así queda trazada la estrategia de la comunidad que surge en torno a Jesús. Ella ha de fundarse en el perdón social y religioso, personal y económico, pues la palabra «deudas» incluye esos aspectos. En esa línea, los que perdonan las deudas a los otros vienen a presentarse como signo de Dios, nuevos sacerdotes, portadores de su Reino, el grupo de Jesús, transmisores de la Vida de Dios. ¿Qué perdonan? Externamente poco, pues no tienen capacidad legal de exigir a los ricos la devolución de aquello que les han tomado (robado). Pero, en sentido más profundo, lo perdonan todo, iniciando así un tipo de vida centrado en la gratuidad y el pan compartido[ii].

‒ Pueblo sacerdotal, pueblo que perdona. Juan Bautista se había opuesto a los sacerdotes del templo, que querían mantener su monopolio sobre el pecado, pero el perdón que él prometía se hallaba vinculado al bautismo (para perdón de los pecados), y Dios lo concedería sólo al final de este tiempo (en el juicio) y sólo a quienes se hubieran arrepentido… Pues bien, en contra de eso, el perdón que Jesús pide a Dios es en el punto de partida (es lo primero, don de Reino) y se vincula al perdón de los hombres (¡como nosotros perdonamos!), no a un rito bautismal relacionado con la conversión y el juicio[iii]. Los que le escuchan y perdonan son los nuevos “sacerdotes” del Reino.
El Reino es perdón de Dios, que se expresa en el perdón interhumano. Al principio de la oración, los seguidores de Jesús han pedido a Dios que llegue el Reino (y el pan), pero inmediatamente se atreven a decirle que les perdone todas las deudas, como ellos se perdonan entre sí. Para compartir el pan, los que escuchan a Jesús deben perdonarse, superando en clave de gratuidad (¡más allá del talión!) la “obligación” del pago de las deudas (¡ojo por ojo, diente por diente!). Siendo don de Dios (perdón), el Reino exige que los hombres se perdonen, desde los más pobres. Lo orantes de Jesús no piden a los otros que (les) perdonen, sino que empiezan perdonando, y así lo dicen (lo prometen) ante el Dios del Reino. Éste es un perdón que emerge desde los pobres, pues ellos oran con (como) Jesús, pidiendo a Dios que les perdone y perdonando a sus deudores[iv].


b. Reino de Dios, camino de perdón. Jesús ha fundado con un grupo de pobres galileos, un movimiento de perdón gratuito, capaz de crear vida verdadera. ¡No llevan a juicio a los ricos (que les han “robado”), sino que proclaman ante ellos (y en el fondo, a favor de ellos) un camino más alto de vida, es decir, de perdón! Los mensajeros de Jesús no actúan sólo de un modo pasivo (no exigen, se dejan morir), sino muy activo, comprometido, expresando así un aspecto esencial del Reino como perdón. Llevado hasta el fin, este perdón iguala a judíos y gentiles, religiosos y no religiosos, pues a todos se ofrece y se pide lo mismo, empezando por los pobres: ¡Que se perdonen las deudas, iniciando una dinámica universal de comunión, abierta al conjunto de la vida!
Ésta es la religión de Jesús, éste su culto, sin más mandamiento ni rito que el amor mutuo expresado en el pan compartido y el perdón, desde los pobres, que perdonan a quienes les han utilizado (convirtiéndoles en pobres). En este contexto no se puede hablar todavía de sistemas e iglesias, con ceremonias o poderes especiales: El Dios de Jesús es Padre que ama y crea por el perdón interhumano (cf. Mc 11, 22-26).Así lo muestra la continuación de Mateo, que vincula perdón de Dios y perdón de los orantes (que son aquí los pobres ofendidos): «Si no perdonáis las ofensas de los hombres tampoco vuestro Padre celestial os perdonará…» (Mt 6, 14-15)[v].
 Marcos, que no ha recogido el Padrenuestro, ha situado este motivo del perdón tras la purificación del templo (¡lugar del perdón oficial!), mostrando que Dios no se revela o perdona por ritos, sino por el perdón: «Todo lo que pidiereis orando, creed que ya lo habéis recibido y así será dado. Y cuando oréis, perdonad si tenéis algo contra alguien, para que también vuestro Padre celestial os perdone » (Mc 11, 24-25). El templo es inútil, pues Dios se revela y perdona donde los hombres se perdonan[vi].
Jesús no necesita templos, su perdón no se logra con rituales, sino por el perdón interhumano, de manera que los pobres, que renuncian a vengarse y que perdonan a sus deudores (superando una justicia puramente legal), son sacerdotes de Dios, humanidad reconciliada. Ese perdón es gratuito, pero no indiferente; es superior, pero se encarna (ha de encarnarse) en el amor interhumano, creando un orden social que no nace del talión (doy para que me des), sino del perdón de los ofendidos[vii].

3. Perdonad, y seréis perdonados

a. En el principio es el perdón. En el contexto anterior han de entenderse tres sentencias, quizá posteriores, que Lucas introduce tras la palabra clave: «no juzguéis y no seréis juzgados» (cf. cap. 11). Ellas expresan el sentido de su mensaje y proyecto: «No condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados, dad y se os dará» (Lc 6, 37-38). Estas palabras recogen el sentido del discurso mesiánico de Lucas (sermón de la llanura: Lc 6, 17-49). Apoyándose en el Dios que no condena, sino que perdona y crea, Jesús pide a los hombres que respondan de igual forma: Que no condenen, que perdonen y den gratuitamente.
Esa llamada al perdón no niega la justicia (valiosa, en su nivel), pero introduce sobre ella un impulso de creatividad que se funda en que Dios y su Reino es lo primero (cf. Mt 6, 33). Ella define la práctica concreta de aquellos a quienes Jesús pide que superen la espiral de acción y reacción, dejando de responder a la violencia con violencia, a la venganza con venganza. Así transciende el nivel de la pura justicia, para abrirse al amor que crea (y perdona). Esta llamada no habla sólo de un Reino futuro, que vendrá, sino que es ya presencia del Reino y Jesús la dirige a cada uno de los hombres y mujeres, en especial a los excluidos, marginados y pobres de Galilea.
El judaísmo oficial del templo parecía una máquina de perdón, controlada por sacerdotes, que declaraban a los hombres pecadores y les perdonaban luego a través de sacrificios. Pues bien, avanzando en la línea de Juan, Jesús ha sabido que ese perdón es insuficiente (su tiempo ha terminado) e innecesario, pues Dios a través del perdón interhumano: Sin instituciones de dominio religioso, de sacerdotes aliados al poder establecido. Así ha instaurado desde Galilea, un movimiento radical de perdón, sin templo ni sacerdotes, porque llega el Reino allí donde los hombres se perdonan. Ese perdón es lo más alto (es presencia de Dios), siendo lo más simple y cercano: Que los hombres se perdonan de manera humana, no al servicio del poder de algunos, no en forma aprovechada (política), ni sacral (propio de sacerdotes), sino en la misma vida. Todos ellos, los que no condenan, sino que perdonan y dan (comparten) lo que tienen son los nuevos “sacerdotes” del Reino de Dios:

No condenéis y no seréis condenados. Esta aplicación parece innecesaria, pues si no se puede juzgar menos se puede condenar. Pero ella quiere responder a la objeción de aquellos que protestan diciendo: ¡No podemos condenar, pero podemos y debemos juzgar! A esos parece decir nuestro pasaje: ¡Atreveos, si queréis, a juzgar pero sabiendo que nunca podréis condenar! Lo claro es que Dios no condena, pues es creador, no destructor de vida (como dice Pablo, según la tradición israelita en Rom 4, 17).
Perdonad y seréis perdonados. Esta palabra  nos sitúa como la anterior en el centro del mensaje de Jesús. Quien no juzga debe perdonar, superando las ofensas e injurias e introduciendo una experiencia del amor creador en el centro de la vida de los hombres, por encima de la espiral del odio y la pura justicia retributiva. No se trata de negar el mal que existe, ni de dejarlo impune (como si todo diera igual), sino de superarlo por medio del perdón, tanto en un plano de deudas como de ofensas y pecados.
Dad y se os dará, una medida buena, remecida... No es perdonar de un modo indiferente, como si no hubiera remedio y si las cosas estuvieran condenadas a ser siempre lo que son (sin cambio alguno), en una rueda eterna de fortuna (eterno retorno), sino de responder en un plano más alto, introduciendo amor donde imperaba el odio y gratuidad allí donde la vida se entendía como imposición o venganza. Esta respuesta supone que el bien supera al mal, y el perdón a la venganza, y que Dios se manifiesta de manera creadora y gratuita en la historia de los hombres.


2. Perdón de Dios, perdón interhumano. El perdón de Jesús podría compararse a las amnistías sabáticas (liberación de encarcelados, remisión de deudas), que el judaísmo celebraba cada siete años, y al jubileo que los sacerdotes proclamaban cada cuarenta y nueve (con devolución de tierras y bienes). Pero amnistía y jubileo se estructuraban de un modo legal, en algunos momentos determinados, mientras Jesús radicaliza la experiencia del perdón, al ofrecerlo desde Dios, allí donde los hombres se perdonan, en todo momento, y no sólo en ciertas ocasiones, partiendo de los ofendidos, que son portadores de una nueva creación (reconciliación propia del Reino). Frente a una ley que sigue imponiendo su talión (¡a cada uno según su merecido!), Jesús ofrece a los pobres (¡oprimidos y expulsados!) el don y tarea del perdón (Reino de Dios), para que puedan superar la justicia de la Ley y desactivar la violencia del conjunto social[viii]:

El descubridor del papel del perdón en la esfera de los asuntos humanos fue Jesús de Nazaret. El hecho de que hiciera este descubrimiento en un contexto religioso y lo articulara en un lenguaje religioso no es razón para tomarlo con menos seriedad en un sentido estrictamente secular[ix].

Jesús ha roto así la lógica de la venganza (un talión que se repite: ojo por ojo, diente a diente), superando un equilibrio de acción y reacción, donde nada se crea ni destruye, sino todo se transforma, y así permanece idéntico a sí mismo (sin Reino posible). Su palabra y gesto de perdón permite que los campesinos y pobres de Galilea puedan amar gratuitamente, superando la violencia de un sistema que se mantiene por la fuerza. La ley estabiliza lo que hay (este mundo); el perdón, en cambio, lo supera y nos introduce en un nuevo nivel de realidad, el Reino, desde los explotados y oprimidos.
Dios no exige expiaciones ni sometimientos, sino que regala gratuitamente perdón, porque crea y recrea, y de esa forma instaura el Reino, es decir, suscita la nueva realidad, porque él lo quiere y no como consecuencia de un ritual de sometimiento y violencia victimista. En ese contexto se sitúa Jesús, que ha ofrecido perdón de Dios a los pecadores, sentándose a la mesa con ellos e invitándoles al Reino, en gesto de fidelidad (felicidad) compartida (cf. Mc 2, 15-17 par; Mt 11, 29 par; Lc 15, 1), haciendo que ellos sean capaces de perdonar.
Ese perdón no es «olvido» del pasado, sino recuerdo más hondo del Dios que libera, transforma y recrea lo que hay, desde un presente de amor, no para que todo quede como estaba (al servicio de los prepotentes), sino para cambiarlo desde los pobres. Jesús ha comenzado a instaurar su Reino con campesinos poco cumplidores de la ley por falta de “conocimiento”, con pobres y mendigos, ritualmente manchados (por lepra y flujo de semen o sangre) y con los que se tomaban pecadores, pues parecían separados de la alianza de Dios por su conducta (publicanos, prostitutas…).
            Jesús no ofrece un perdón espiritual, separado de la vida, sino que pide a los hombres que perdonen (se perdonen), de una forma paradójica (incluso escandalosa), desde los más pobres (pequeños, hambrientos, rechazados: víctimas), que así aparecen como portadores del perdón de Dios. No son los sacerdotes (con sus sacrificios de templo) los que pueden perdonar según ley a los pecadores, ni los monarcas los que pueden amnistiar a sus súbditos, sino que los pecadores (pobres) pueden y deben perdonar a los sacerdotes y gobernantes. Este perdón, que es gratuito y gozoso, vincula a Jesús con los pobres y excluidos (víctimas), a quienes pide que perdonen a sus ofensores/deudores (cf. Padrenuestro), mostrando de esa forma que ha llegado el Reino, superando otros tipos de perdón arbitrario, interesado, controlado por sacerdotes oficiales[x]:

− Hay un perdón arbitrario, propio de dictadores o autócratas, que exhiben su magnanimidad indultando a unos por su voluntad (sin justificaciones), y castigando a otros (sin dar razón alguna). Ellos imponen, por un lado, su venganza (para mostrarse soberanos y aterrar a los contrarios) y, por otro, su perdón (como benefactores). Pues bien, esa clemencia arbitraria se opone no sólo a un tipo de justicia racional, sino al perdón gratuito de Jesús[xi].
−Puede haber un perdón interesado, políticamente racional y provechoso (¡para algunos!), expresado en amnistías o indultos al servicio del sistema. Casi todos los imperios, desde los asirios del siglo VIII aC hasta nuestro tiempo, han decretado amnistías políticamente calculadas, para gloria de los soberanos, al servicio de una pacificación particular, para provecho de algunos; tampoco ellas pueden compararse al perdón de Jesús, siempre gratuito, nunca al servicio de un interés partidista[xii].
‒ Hay un perdón controlado por los sacerdotes, al servicio del orden establecido, no de las personas. En contra de eso, Jesús ha ofrecido el perdón de un modo gratuito, superando la ley del sistema, desde un nivel más alto, pidiendo a los mismos ofendidos que perdonen (¡ellos son los únicos que pueden hacerlo desde Dios!), a fin de implantar de esa manera el Reino. De esa forma él sitúa el perdón en el centro de la vida humana, haciendo a los ofendidos portadores (sacerdotes) de un perdón más alto, que se identifica con el mismo despliegue de la vida humana.
‒ Jesús ofrece un perdón gratuito. No exige conversión previa a los pecadores, sino que empieza ofreciéndoles perdón y solidaridad de Reino, enfrentándose así con un tipo de Ley avalada por el templo, pues ha recibido en su comunión a leprosos y hemorroisas, publicanos y prostitutas, con los pobres de la tierra (am ha aretz: poco cumplidores de la Ley), superando el orden sacral anterior de purezas y pecados. Su perdón viene de Dios (es su Palabra), y así lo ofrece gratuitamente, de un modo gozo y creador, sin ritual de templo[xiii].
− Éste es el perdón de los excluidos y pobres a quienes Jesús pide que perdonen, en gesto que puede parecer sometimiento (¡que los mismos pobres se humillen y perdonen a los opresores!) pero que, en realidad, es el mayor signo de grandeza y libertad: Los oprimidos aparecen así como sacerdotes y portadores de perdón, es decir, de un nuevo orden de vida, que no es dominio de unos y revancha de otros, sino gracia universal y creadora (Reino), que Dios proclama desde los  mismos marginados y ofendidos[xiv].


 


[i] Al traducir la experiencia galilea de Jesús (bien conservada por Mateo) en un entorno pagano, Lucas se atreve a introducir respecto a Dios un lenguaje más sacral («perdona nuestros pecados»), pero conserva el lenguaje de las deudas al referirse al perdón interhumano («como nosotros perdonamos a todos los que nos deben algo» (Lc 11, 4). Lo que debemos a Dios puede llamarse pecado, en lenguaje religioso (hamartía). Lo que unos hombres deben a otros son deudas, en sentido radical, no sólo monetario, aunque incluye también lo monetario. Por eso debemos perdonar a todos nuestros deudores (panti opheilonti hêmin). Jesús no pide a los ricos que perdonen la deuda de los pobres, sino a los pobres que perdonen a los ricos aquello que les deben, iniciando así una revolución de gracia, desde abajo.
                [ii] Juan bautizaba a los convertidos, para que Dios les perdonara en el juicio. Jesús ya no bautiza, sino que ofrece el Reino, diciendo a los hombres que compartan su comida (¡nuestro pan!), perdonando las deudas, desde los más pobres, en la línea del Jubileo israelita (cf. Lev 25: perdón de las deudas).
[iii] El perdón que Jesús pide a Dios es gratuito, pero está vinculado, de forma sorprendente, con un tipo de conversión humana, que se expresa en el perdón interhumano: ¡Como nosotros perdonamos! El perdón que los orantes piden a Dios no se expresa en un rito religioso (bautismo), sino que se encarna en su propia vida, en el centro de sus relaciones humanas, pues ellos mismos (hombres y mujeres de Galilea) son sacerdotes de Dios, portadores de perdón. Ésta es una oración “plural”, propia de un grupo de perdonados que perdonan (¡como nosotros perdonamos!), instaurando así un camino de Reino; no es una oración privada, sino esencialmente comunitaria, de personas piden perdón a Dios perdonándose entre sí.
[iv] Como portadores del Reino, los pobres se comprometen a perdonar a sus deudores (es decir, a  aquellos que les han quitado directa o indirectamente sus bienes). Entendido así, el perdón del Reino no empieza por los ricos, que no tienen nada que perdonar (ellos deben ser “perdonados”, para obtener un lugar en la comunidad del Reino), sino por los pobres seguidores de Jesús, que así aparecen como imitadores de Dios: Igual que Dios perdona, ellos lo hacen, haciéndose presencia de Dios.
[v] Por encima de leyes y normas concretas, ésta oración destaca la exigencia del perdón, como gracia que vincula a Dios con los hombres (y a los hombres entre sí). Dios perdona por sí mismo, antes de toda metanoia o conversión humana, sin necesidad de sacrificios, ni ritos religiosos (su perdón suscita la verdadera metanoia o cambio de ser y pensamiento, de experiencia y acción); pero su perdón ha de expresarse en el perdón humano: «Como nosotros perdonamos».
[vi] En el círculo de discípulos de Jesús había enemigos, que debían perdonar y perdonarse... El entorno de Jesús era duro (con un recaudador de impuestos y un “celoso” Mc 2, 14; Lc 6, 15) y la superación de la violencia exigía un esfuerzo especial: «El mandamiento radicalizado del amor podríamos interpretarlo sicoanalíticamente como una forma de reacción: la intensificación de la agresividad se trasforma en su contrario. La energía pulsional, que originalmente redunda en beneficio de objetivos agresivos, sirvió para tomar el rumbo en sentido contrario… La compensación de la agresión significa aquí que a la agresión sufrida se le opone el perdón. El perdón se exige no siete veces, sino setenta veces siete veces (Mt 18, 21s). Con esto se hace referencia a Gn 4, donde se habla de que, si a Caín se le venga siete veces, a Lamec se le venga setenta y siete veces. Está claro: la misma energía que se ponía hasta entonces para impulsos de venganza, ha de servir ahora para los impulsos opuestos. Por eso, del rango irénico fundamental del movimiento de Jesús no se debe deducir en modo alguno que se trata­ de personas con reducidos impulsos agresivos. Todo lo contrario: la intensidad del rumbo contrario de la agresión muestra la intensidad de inclinaciones reprimidas. El amor a los enemigos, irracional si lo miramos desde categorías cotidianas, delata la fuerza de las pulsiones agresivas que hay que dominar» (G. Theissen, El Movimiento de Jesús, Sígueme, Salamanca 2005, 285).
                [vii] La justicia legal certifica lo que existe: Instaura un orden y lo mantiene por la fuerza (imponiendo jerarquías sociales). La gracia del perdón suscita (hace que surja) el Reino de Dios, en línea de felicidad, desde los pobres (ofendidos) capaces de perdonar a sus deudores, como índice Mt 18, con sus dos principios (acogida a los pequeños y perdón mutuo: Mt 18, 15-20) y con la exigencia de perdonar setenta veces siete, es decir, siempre (Mt 18, 21-22), como sigue diciendo la parábola del rey que perdona, pero espera que los otros deudores perdonen también a quienes les deben algo (Mt 18, 23-35; cf. Lc 15, 11-31). Sobre el orden judicial (¡sin negarlo!), emerge así el perdón que los ofendidos (víctimas) ofrecen a sus ofensores o deudores, iniciando un Reino que se expresa en forma de perdón (cf. Lc 24, 47; Jn 20, 22-23; Hech 5, 31). Normalmente, un perdón así produce miedo, de manera que muchos reaccionan pidiendo más justicia, policía y cárcel, exigiendo así más ley. Pero en un plano más alto Jesús supone y dice que aquellos que perdonan pueden transformar a los mismos ofensores perdonados.
                [viii] El perdón de Jesús no proviene de un templo, ni de es una amnistía política, pues brota de las víctimas. No es un privilegio de sacerdotes o escribas, para situarse así por encima del resto del pueblo, sino don y regalo de los mismos ofendidos, que inician de esa forma el Reino. Algunos profetas habían presentado el perdón como atributo supremo de Dios, vinculándolo a los pobres; pero no habían llevado su propuesta hasta el final, como hará Jesús, que no busca un jubileo parcial, sino la redención (comunión) y reconciliación integral de todos los hombres y mujeres, a partir de los más pobres (excluidos del sistema). Precisamente los ofendidos y humillados, pueden ofrecer y ofrecen perdón, realizando así, en clave de Reino, una función que parecía propia de gobernantes o sacerdotes sagrados.
[ix] H. Arendt, La condición humana, Paidós, Barcelona 1993, 258. Desde la misma perspectiva judía, V. Jankélévitch, El Perdón, Seix Barral, Barcelona 1999. En un plano de análisis político, son muy significativas las aportaciones de S. Lefranc, Políticas del perdón, Cátedra, Madrid 2004.
[x] Jesús no ha empezado exigiendo a los pobres, manchados y pecadores que se arrepientan y cambien, para recibir después el perdón, sino que ha ofrecido perdón y comunión mesiánica a los que, según Ley, son pecadores o manchados, sin conversión antecedente (cf. Mc 2, 13-17; Lc 7, 36-50; 19, 1-10), como ratifican varias parábolas (Mt 18, 21-23; Lc 15, 11-32). Los sacerdotes oficiales perdonaban a los “convertidos”: los manchados debían limpiar su impureza, los pecadores dejar el pecado y volver a la alianza, para recibir así el perdón. Jesús, en cambio, ha iniciado un camino de perdón gratuito, desde los expulsados, no para olvidar lo pasado, sino para transformar el presente de muerte en Reino de Vida.
                [xi] En contra de esa clemencia interesada de los autócratas, que es otra forma de imposición (capricho de pre-potentes), ofrece y promueve Jesús el perdón de Dios, que no se opone a la justicia, sino que la desborda y fundamenta, partiendo de las víctimas, es decir, desde los ofendidos y humillados.
[xii] Estas amnistías se ofrecen, sobre todo, allí donde el Estado es bastante fuerte para permitir ciertas excepciones en el cumplimiento de la ley, sobre todo en circunstancias de cambio, para implantar mejor un nuevo orden social. Ellas ofrecen un perdón políticamente racional y quizá provechoso, pero al servicio de la oportunidad política (partidista) por encima de la justicia legal y de la misma gracia (propia de un Dios que ama y expresa su amor a través del perdón de las víctimas). Puede discutirse la conveniencia y valor de esas aministías, pues ellas se sitúan en el plano de la justicia política, no en el nivel del perdón de Jesús, que se apoya en los pobres y ofendidos, es decir, en las víctimas. Cf. R. North, Sociology of the Biblical Jubilee (AnBib 4), Roma 1954; R. Vaux, Instituciones del Antiguo Testamento, Herder, Barcelona 1985; M. Zapella (ed.), Le origini degli anni giubilari, PIEMME, Casale Mo. 1998.
                [xiii] Jesús no promueve un tipo de discusión sobre leyes o ritos concretos, ni quiere reemplazar una sacralidad por otra (criticando directamente el templo de Jerusalén ¡por ahora!), pero ha suscitado  en Galilea un camino de reconciliación mesiánica o Reino, desde los mismos ofendidos que perdonan a sus ofensores, renunciando a la venganza, no para que olviden lo que han hecho, sino para que puedan transformarse desde un amor más alto.
                [xiv] Sólo aquellos que han sido ofendidos (robados, explotados, asesinados) perdonan de verdad, pues lo asesinos no pueden hacerlo, sino sólo convertirse, no oprimir ya más y dejarse perdonar por aquellos a quienes han ofendido. Sólo en nombre de los ofendidos (de Jesús asesinado) podrá perdonar su Iglesia, como portadora de una voz que no es suya, sino de la voz de los asesinados. Los mismos oprimidos tienen la iniciativa y, sin elevarse externamente contra los sacerdotes y jerarcas, aparecen como autoridad suprema, capaz de perdonar en nombre de Dios, no por olvido, sino por creatividad más honda.

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