martes, 17 de abril de 2012

La oración de petición, un modo de colaborar con Dios.

Xabier Pikaza

Precioso libro de lectura recomendada a todos los amigos y lectores de mi blog.


La oración de petición, un modo de colaborar con Dios.
Si el hombre fuera sólo dependiente, ser subordinado, y Dios un jefe a quien debemos aplacar a fuerza de palabras, la oración sería simple acto de suplica. El hombre debería comportarse como esclavo. Pues bien, en contra de eso deberíamos afirmar: Dios ha querido hacernos libres, de manera que su misma voluntad viene a quedar “influenciada” por la nuestra. En esta perspectiva han de entenderse nuestras peticiones.

Dios no se impone sobre el hombre e manera necesaria: no ha querido tratarnos como trata a los vivientes y las cosas que no son personales. En este aspecto debemos recordar la controversia más famosa de la iglesia del barroco, la que enfrenta a los maestros Báñez y Molina: ambos intentan explicar la conexión entre poder de Dios y libertad del hombre, utilizando esquemas y modelos que no habían sido debidamente valorados. Pues bien, en esa perspectiva se sitúa ya nuestro problema.

Por un lado, debemos afirmar que Dios actúa: influye con su fuerza de manera que suscita la emergencia del hombre como libre; influye con su mismo amor, sembrando en el amor y el corazón del hombre una respuesta que éste debe darle deliberadamente. Un creador limitado es incapaz de suscitar vivientes que se vuelvan libres y que puedan responderle: su actividad avanza en una sola dirección, del hacedor hacia su hechura, del constructor hacia la cosa construida. Por el contrario, cuando el creador resulta omnipotente (como es Dios) puede suscitar seres vivientes que se asuman y realizan como libres, de manera que acojan su llamada y le respondan libremente.

Al llegar aquí, debemos afirmar que el hombre influye también sobre su Dios. Para decirlo de otro modo, Dios ha dado al hombre espacio libre para realizarse y libremente debe respetarle y escucharle. Es evidente que el hombre no influye sobre Dios por su poder autónomo o grandeza, por sus obras entendidas en un plano legalista. El hombre influye por amor, porque el mismo Dios ha decidido respetarle en el amor, dejando que sus voces (que son voces de la historia) se introduzcan en su propia voluntad eterna.

Esto nos sitúa en el centro del misterio, allí donde parecen superarse todas las palabras. Dios y el hombr
e se han unido para siempre en unidad que el mismo Jesucristo ha culminado en ámbito de reino. En esa unión han de entenderse la virtud y efecto de nuestras peticiones.

Ciertamente, es un misterio que nosotros le podamos suplicar a Dios, pidiendo su ayuda en nuestra vida. El mismo Dios omnipotente se ha dejado emocionar por nuestra voz, cuando recibe nuestras peticiones. El mismo Jesucristo la ha comparar un padre de la tierra: no necesita del hijo, pero goza cuando el hijo le suplica y pide su asistencia.

Pues bien, hay todavía otro misterio que es más grande: el mismo Dios quiere venir y suplicarnos. Creando a los hombres como hijos, el Dios omnipotente se ha venido a convertir, de alguna forma en dependiente: quiere el amor de esos hijos, les pide su respuesta.

Toda la Escritura es testimonio de esa doble petición. Los hombres comenzamos suplicando a Dios los bienes de la tierra, pan, victoria y esperanza. Por su parte, Dios nos pide una respuesta de cariño. Ciertamente, Dios emplea también otros lenguajes: ordena, conmina, nos manda…, como indican muchísimos pasajes del AT. Pero, en un momento determinado, cuando los hombres llegan a volverse como transparentes ante el gozo de Dios y ante su gracia, el mismo Dios viene a mostrarse suplicante. En esa perspectiva debe interpretarse la más honda historia de la alianza, tal como han venido a interpretarla Oseas, Jeremías y el segundo Isaías (Is 40-55): Dios es un esposo que suplica amor al hombre (que es su esposa).
Ciertamente, la imagen de Dios-esposo puede parecernos todavía demasiado autoritaria: es la imagen del varón que manda y tiene autoridad sobre la esposa. Pues bien, si penetramos hasta el fondo en esa perspectiva, descubrimos que ese Dios-esposo viene a presentarse como “débil”: no ordena, no impone, no subyuga, no doblega. Viene suplicante hasta la puerta de los hombres, como esposos abandonado que se duele y se lamenta ante la esposa, pidiéndole de nuevo una respuesta.
Nosotros, criaturas libres, le podemos dar a Dios algo que el mismo Dios no tiene: amor distinto, de personas de la tierra. Ni el mismo Dios que puede todo en otro plano (en relación con los vivientes que no son personales) puede doblegar la voluntad libre del hombre y suscitar amor gratuito. Si Dios quiere amor libremente ha de dejarnos y venir hasta nosotros, como suplicante; si no hiciera así, dejaría ya de ser divino (amor que hace posible la vida en libertad); el hombre por su parte dejaría ya de ser humano, como libertad creada, en un camino de búsqueda, en la historia.

Dos gestos ayudan a entender este misterio. El primero es el diálogo de Dios y María, como culmen del AT. Dios mismo viene como suplicante: viene y pide su respuesta; baja y espera una palabra positiva (hágase en mí según tu palabra: Lc 1,38). Nunca Dios había sido tan divino y grande como ahora. El segundo es la vida de Jesús: Dios se vuelve humano, pequeño, vacilante, para hablar así a los hombres desde el fondo de su misma situación, de su dolor y desventura; de esa forma, el Dios crucificado (presente en los pequeños- hambrientos aplastados de la tierra: cf. Mt 25, 31-46) está esperando una respuesta de los hombres.

Esto nos sitúa en el centro del misterio trinitario, en aquel lugar de amor donde no existe más que amor en libertad, el diálogo más puro y transparente del padre con el hijo en el Espíritu. Esto es lo que dios ha introducido cuando crea en el Cristo y por el poder de Cristo a las personas libres. Como a hermanos de Jesús y cuerpo de su Iglesia, Dios ha decidido respetarnos y tratarnos de una forma libre. Por eso, en libertad y amor nos pide una respuesta que sólo en libertad podemos ofrecerle.

La oración nos lleva así, desde el espacio donde reina la necesidad del mundo, al campo de un encuentro personal en libertad. Es evidente que Dios sigue siendo divino: es todopoderoso y nosotros deficientes; es principio creador y nosotros creaturas. Pero su poder y omnipotencia se desvelan precisamente en esto: ha querido suscitar personas libres que dialoguen con él, ampliando su mismo encuentro trinitario. Así lo sienten los que elevan a Dios su petición: le llaman como el hijo al padre, el amigo a su amigo más profundo.
Notas de la petición
Jesús es el primero de todos los orantes que ha pedido la ayuda de su Padre. Sabe que “Dios le ha dado todo” (cf Mt 11, 25-27), pero al mismo tiempo todo lo pide como don, como regalo que recibe de su gracia. Siguiendo a Jesús, los cristianos también piden, de manera que Dios viene a revelarse para ellos como aquel que les escucha y les responde.
Los cristianos saben que la petición es infalible: “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe, el que busca halla y al que llama se le abre” (Mt 7, 7-8). Las peticiones llamadas y búsquedas del mundo acaban muchas veces en fracaso. Dios es diferente: la puerta de su corazón se mantiene siempre abierta, atentos a sus oídos, despierta su mirada. Dios nos oye por el Cristo, de manera que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo dará” (Jn 16,23).
Toda petición tiende hacia el reino, como dice Jesucristo: “buscad primero el reino y su justicia, y todas las restantes cosas se os darán por añadidura” (Mt 6,33). ¿Qué cosas? El vestido, la comida, los bienes de la tierra. Son cosas importantes, pero nunca pueden ocupar el corazón del que suplica. Toda petición cristiana ha de encontrarse dirigida en primer lugar al reino. Así pedimos, con la misma oración del Padrenuestro: “Santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino”. En el fondo pedimos que dios venga. Como amigo que suplica la llegada de su amigo; así pedimos, invocamos y llamamos a Dios hasta que venga.

La petición es infalible y tiende al reino porque se halla abierta hacia el espíritu. Es este plano, el evangelio es muy realista: sabe que los hombres somos débiles, pequeños, rodeados de problemas en la tierra: por eso nos anima a pedir sin miedo alguno, como el niño que no sabe a penas lo que quiere de su padre. Más que el objetivo concreto de la súplica, interesa el gesto mismo de pedir, esa confianza que ponemos en el Padre. Así comenta el evangelio: “ Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos suplicantes, cuanto más vuestro Padre de los cielos dará cosas buenas a quines le pidieren” (Mt 7,11). Las “cosas buenas” no son materialmente aquello que pedimos a Dios, sino algo mejor: como el pez que da el padre es mejor que la serpiente que le pide el hijo, como el pan es mejor que la piedra. Pues bien, en ese mismo contexto precisa Lucas: “Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuánto más el Padre de los cielos dará el Espíritu santo: a quienes le pidieren” (Lc 11,13). Esta es la palabra decisiva, este es el don de los dones. Nosotros, como niños imperfectos, podemos pedir a Dios todas las cosas. Dios nos dará siempre su misterio, la verdad del reino, es decir, el Espíritu Santo: su presencia de amor, su fuerza y vida.

Las peticiones cristianas comienzan en el Padrenuestro. Allí empezamos rogando a Dios que se revele en verdad como divino (santidad, reino, voluntad salvadora). Luego le pedimos por los bienes primordiales de este mundo 8Pan, perdón, libertad). Todas las palabras de suplica reflejan nuestra fe en dios que se desvela y actúa como Padre; al mismo tiempo que expresan nuestro compromiso, en la línea de aquello que pedimos, mientras esperamos la manifestación plena de Dios y colocamos los bienes y problemas de este mundo a la luz de su venida. De esa forma nos ponemos ante dios, allí donde se gesta el sentido de la vida, esto es, en el principio o manantial del gran misterio; al llegar allí, sabemos que todo es ya posible, todo adquiere nuevo contenido. Así pedimos confiadamente, desde el fondo d este mundo.

Los creyentes de Jesús sabemos que dios mira, atiende, escucha. Dios conoce las necesidades de los hombres y responde a sus llamadas. Frente a un dios de pura ley que tiene escritos sus caminos de antemano, hemos hallado a un Dios de amor que hace camino con los hombres, sus hijos, sus hermanos. Por eso le invocamos, pidiendole ayuda y compañía.


Articulo extractado

Xabier Pikaza

Para vivir la oración cristiana

verbo divino

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