martes, 7 de mayo de 2013

Creo en la resurrección de la carne


Pablo escribió:"Cristo Jesús Señor nuestro... se hizo de la simiente de David según la carne, y declaró ser el Hijo de Dios con poder, según el espíritu de santidad, por la resurrección de los muertos" (Romanos 1: 3-4). Pablo vio algo increíble en la resurrección y del mismo modo que ésta le llenó de alegría, también la resurrección respondió al clamor por santidad que él demandó a lo largo de su vida. En pocas palabras, Pablo vio que Jesús había venido a la tierra como un hombre con el poder del cielo descansando sobre Él. Cristo había demostrado ese poder divino en la tierra: curando a los enfermos, liberando a los cautivos, resucitando a los muertos, dando vida eterna. Jesús mismo había resucitado de entre los muertos y su resurrección fue acompañada por un anuncio divino que Él era "el Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de los muertos" (Romanos 1:4).

1ra Corintios 15: 12-19
15:12 Pero si se predica de Cristo que resucitó de los muertos, ¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos?
15:13 Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó.
15:14 Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe.
15:15 Y somos hallados falsos testigos de Dios; porque hemos testificado de Dios que él resucitó a Cristo, al cual no resucitó, si en verdad los muertos no resucitan.
15:16 Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó;
15:17 y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados.
15:18 Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron.
15:19 Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres. 


  La resurrección de Cristo es la columna vertebral del cristianismo, si negamos que Jesús no resucitó con un cuerpo de carne y hueso, entonces nosotros no resucitaremos en el día de la redención, de nada valdría nuestra predicación, nuestra esperanza, nuestro gozo en Dios, por lo tanto si alguien os anuncia un evangelio diferente del cual esta en la Escritura no le sigan(Gálatas 1:6-7). Tampoco debemos pensar que Jesucristo fue creado nuevamente al morir y resucitar, o que resucitó en espíritu, porque estaríamos en contra de la Escritura. Si realmente pensamos que cuando morimos el alma deja de existir, entonces no tendría ningún significado cuando el apóstol Pedro dijo en una de sus cartas “obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas”(1ra Pedro 1:9), también en Mateo 22:31-32 encontramos: “Pero respecto a la resurrección de los muertos, ¿no habéis leído lo que os fue dicho por Dios, cuando dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? Dios no es Dios de muertos, sino de vivos”, es claro que la Escritura dice que nuestra alma no muere, así si estas en Cristo y guardas su palabra tu alma vivirá eternamente con Dios. Por eso es importante saber que Jesucristo resucitó al tercer día con carne y hueso, es decir, corporalmente, en Lucas 24:39-40 “Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo. Y diciendo esto, les mostró las manos y los pies”, es más tenia hambre y pidió a los discípulos algo de comer, “¿Tenéis aquí algo de comer? Entonces le dieron parte de un pez asado, y un panal de miel. Y él lo tomó, y comió delante de ellos”(Lucas 24:41-43), también le dijo a Tomás :“Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente”(Juan 20:27). Jesús dijo en Juan 2:18-21, sobre su resurrección: ”Y los judíos respondieron y le dijeron: ¿Qué señal nos muestras, ya que haces esto? Respondió Jesús y les dijo: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. Dijeron luego los judíos: En cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y tú en tres días lo levantarás? Mas él hablaba del templo de su cuerpo.  También la biblia dice: “Porque muchos engañadores han salido por el mundo, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Quien esto hace es el engañador y el anticristo” (2 Juan 7).
Hay suficientes evidencias en la Biblia para creer que Jesucristo resucitó al tercer día en forma corporal, y de esa misma forma ascendió al cielo y volverá por segunda vez (Hechos 1:11).  Si nosotros pensamos como cristianos que Cristo es solamente para esta vida terrenal, somos los más desdichados de todos los hombres, en la versión lenguaje sencillo dice: ” Si nuestra esperanza es que Cristo nos ayude solamente en esta vida, no hay nadie más digno de lástima que nosotros”.


En Juan 14, Jesús nos dice que es tiempo que conozcamos nuestra posición celestial en él. Jesús les explica a los discípulos: “…porque yo vivo, vosotros también viviréis. En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros.” (Juan 14:19-20). Nosotros estamos viviendo ahora en “ese día” del cual Jesús habla. En resumen, nosotros debemos entender nuestra posición celestial en Cristo.

Por supuesto, la mayoría de nosotros conocemos nuestra posición en Cristo—que estamos sentados en lugares celestiales con Él—pero solamente lo conocemos como un hecho teológico. No lo conocemos por experiencia propia. ¿Qué quiero decir con esta expresión, “nuestra posición en Cristo?” pues muy sencillo, posición es ‘donde uno esta colocado, donde uno esta.” Dios nos ha colocado donde estamos, lo cual es en Cristo. A su vez, Cristo esta en el Padre, sentado a su  derecha. Por lo tanto, si nosotros estamos en Cristo, entonces realmente estamos sentados con Jesús en la habitación del trono, donde Él esta. Eso significa que estamos sentados en la presencia del Todopoderoso. A esto se refiere Pablo cuando dijo que debemos “sentarnos” en los lugares celestiales con Cristo Jesús,” (Efesios 2:6).

Cristo mismo dice que Él es la resurrección y la vida (Jn 11, 25). Esto significa además que entrar en Cristo, es decir, la fe, equivale a entrar, en sentido calificado, en aquel ser conocido y amado por Dios que es inmortalidad: «El que cree en el Hijo tiene la vida eterna» (Jn 3, 36; 5, 24; 3, 15s). De ahí resulta la «escatología presente» del Evangelio de Juan, que hace ver claramente cómo, al aceptar el mundo de la fe, se realiza ya el acontecer de la resurrección, en cuanto esa aceptación significa estar en el mundo de Dios y de la inmortalidad.


El estar con Cristo, que se abre por la fe (Flp 1, 23), es ya vida iniciada de resurrección, la cual,  perdura a la muerte. El hecho de que así la realidad escatológica irrumpe ahora en la vida actual , hace que deba excluirse como no bíblica (por lo menos desde el punto de vista del NT) la idea del sueño de la muerte, sostenida por Lutero y la teología luterana. Otro punto de partida lleva al mismo resultado: el que pertenece al cuerpo de Cristo está ya en el espacio de la resurrección y, por razón de ese cuerpo, tiene ya parte en la resurrección de Jesús, en la que la muerte fue vencida para él.

Althaus opina que el caer en la cuenta de que la muerte supone el tránsito al más allá del tiempo, de modo que, aunque tiene lugar para nosotros en momentos sucesivos de la historia, al trasladarnos al más allá por la resurrección, nos conduce a la parusía y al juicio definitivos. Se trata, por lo tanto, de una escatología de fase única y definitiva.

Brunner se expresó en términos análogos (Das Ewige als Zukunft und Gegenwart, München 1965). Él viene a decir que en el más allá no existe la temporalidad, de modo que nuestras muertes se realizan en la sucesión del tiempo, pero en virtud de la resurrección después de la muerte ya no se puede hablar de distancia con respecto a la parusía. En la presencia de Dios, dice Brunner, mil años son como un día.

Ruiz de la Peña, finalmente, parte también como los anteriores de la imposibilidad de admitir la existencia del alma separada después de la muerte. ¿Cómo puede ser sujeto de retribución plena el alma, una entidad incompleta a nivel ontológico? (La otra dimensión, Santander 1986, 324). Además, si el alma goza ya plenamente de Dios, ¿qué significado puede tener para ella el eschaton, la parusía, etc.? Defiende Ruiz de la Peña que ni el Magisterio ni la Biblia imponen la escatología de doble fase.

Léon Dufour sobre la resurrección de Cristo (Resurrección y mensaje pascual, Salamanca 1974). Toda la interpretación que hace León Dufour de la resurrección de Cristo está condicionada por la mencionada antropología unitaria que sitúa la resurrección en el mismo momento de la muerte al margen del cadáver sepultado.
Viene a decir Léon Dufour que la resurrección de Cristo se entiende más bien como exaltación gloriosa; es una realidad metahistórica y a ella sólo se llega por la fe.

Hablar de resurrección corporal, dice Léon Dufour, no consiste en mantener una identidad o continuidad con el cuerpo terrestre, lo cual responde más bien a una antropología dualista: alma inmortal que viene a recuperar el cuerpo sepultado. El cadáver ya no tiene relación alguna con aquel que ha vivido, porque retorna al universo indiferenciado de la materia. En consecuencia, el «cuerpo de Jesucristo es el universo asumido y transfigurado en él. Según la expresión de Pablo, Cristo en adelante se expresa por su cuerpo eclesial. El cuerpo de Jesucristo no puede ser limitado, por tanto, a su cuerpo "individual"» (ib. 320).

Toda clase de milenarismo debe ser rechazada.

El origen del milenarismo, que es difícil de determinar, parece que proviene del Judaísmo, en cuyos apócrifos y en otros escritos ya estaba en vigor antes de la encarnación de Jesucristo la idea de un tiempo futuro en el que los hombres gozarían de todos los bienes materiales, a los cuales sin embargo con frecuencia se decía que había que añadir también los bienes espirituales.

La Sagrada Escritura en ninguna parte habla del reino milenario; más aún, si bien no lo rechaza expresamente, une con la segunda venida de Jesucristo la resurrección universal de los muertos y el juicio final, al cual le sigue en verdad inmediatamente la ejecución de la sentencia, de tal modo que no deja lugar alguno al reino milenario (cf.  Mt 24,3.27-31 y 25,31-46; Jn 5,27-29; Mt 16,27; 2 Tim 4,1).
Tampoco después del juicio se otorga a los justos un reino milenario, sino un reino eterno: Mt 25,34. Después de la resurrección en el último día (Jn 6,39) acontece en el último día el juicio (Jn 14,48), al cual sigue la inmediata retribución del premio o del castigo (Mt 24-25; 1 Tes 4,15s).

Disputa sobre el purgatorio.

Tomado del blog Xabier Pikaza
Artículo extractado:
http://blogs.periodistadigital.com/xpikaza.php/2007/11/01/p124589
"Está vinculada, sobre todo, con las formas externas de culto a las almas del purgatorio y, en especial, con las indulgencias. Fue una disputa que nació en torno al siglo XIII y culminó en el siglo XVI, con la crítica de los protestantes y las declaraciones del Concilio de Trento. Una gran parte de los católicos medievales vivieron muy preocupados (incluso obsesionados) por la idea de la salvación eterna, vinculada a la superación del purgatorio donde se suponía que penaban las almas de gran parte de los hombre y mujeres que habían fallecido, como puso de relieve Dante (1265-1321), de manera impresionante, en la segunda parte de la Divina Comedia, dedicada en especial al Purgatorio. Conforme a la visión común de aquel tiempo, el poeta pudo imaginar las diversas formas y tiempos de purificación de los muertos, hasta alcanzar la salvación eterna.
En este contexto, ha tenido (y sigue teniendo) una importancia especial la celebración de la Eucaristía como “sacrificio” por los muertos. Podemos recordar que, al menos en la mente de muchos creyentes devotos, la eucaristía dejó de ser celebración comunitaria de la muerte y de la vida de Jesús (expresada en la comunión de plegaria y de comida de los creyentes), para convertirse en un medio de expiación y remisión de los pecados de los difuntos. Con esta finalidad se multiplicó la celebración de “misas” y muchos tuvieron la impresión de que la superación del purgatorio estaba vinculada al número de veces que pudieran celebrarse a favor los difuntos (con los aspectos económicos, sociales y litúrgicos que esa suponía). En esa misma línea ha venido a situarse la concesión de “indulgencias” que papas y obispos han decretado, con el fin de ayudar a los difuntos a través de la recitación de determinadas oraciones o de la realización de algunos ejercicios de piedad e, incluso, de prestaciones económicas.
En contra de esta doctrina de las indulgencias y de la celebración de misas por los difuntos se empezó elevando la Reforma de Lutero, con sus 95 tesis del año 1517. Estrictamente hablando, en su raíz, el protestantismo no ha negado la posibilidad (o la existencia) de un purgatorio, entendido como signo (¿estado?) de purificación y transformación de los hombres y mujeres a los que Dios llama a su Reino por Cristo. Pero esa purificación no es algo que se pueda medir ni cuantificar en tiempos específicos (¡diaz años de purgatorio!) a través de un tipo y tiempo de indulgencias (¡plenarias, de cien años…!) o de celebraciones rituales, sino que forma parte del misterio de la “comunión” de los santos, es decir, de la comunicación creyente (mesiánica) de todos los hombres y mujeres de la historia."

Dios puede distinguir y guardar sin mezclarse con otros cuerpos, el particular polvo en el que se disolvieron nuestros cuerpos, y puede reunir sus partículas y juntarlas de nuevo sin importar lo lejos que se dispersen esas articulas. Dios es infinito tanto en conocimiento como en poder. Él sabe cuantas son las estrellas y las llama por su nombre; también puede decirnos el numero de arenas en las playas de los mares; ¿y nos puede parecer increíble que conozca con precisión cada una de las partículas que formaron nuestros cuerpos? ¿ por qué habría de parecer extraño que Dios, que nos formó al comienzo, cuyos ojos vieron nuestros embriones, “bien que en oculto fuimos formados y entretejidos en lo más profundo de la tierra (Salmo 139:15) conozca cada partícula de nuestro cuerpo en el que fuimos formados?. El artífice conoce cada parte del reloj que arma; y si se desarmara totalmente y sus piezas se desparramaran podría reunirlas y distinguirlas unas de otras.

Dios hizo a Adán del polvo de la tierra. De modo que el cuerpo del hombre que se transforma en polvo después de la muerte, no es distinto al que fue antes, y el mismo poder que al principio lo hizo del polvo de la tierra puede de igual facilidad rehacerlo de nuevo cuando nuevamente se transforme en polvo.. No es más maravilloso que la formación del cuerpo humano en la matriz de lo que sin duda tenemos muestras diarias, y que sin duda es un raro ejemplo del poder divino como lo es la resurrección del cuerpo.


2 comentarios:

  1. Esos autores se cargan la escatología intermedia -que no es fácil entender, lo admito- pero de ese modo se cargan también -y esto es de fe definida- el dogma del purgatorio. Veo que te has tomado este tema a pecho, José Carlos. Mucho ánimo. Un abrazo
    Carlos

    ResponderEliminar
  2. Disputa sobre el purgatorio.

    Está vinculada, sobre todo, con las formas externas de culto a las almas del purgatorio y, en especial, con las indulgencias. Fue una disputa que nació en torno al siglo XIII y culminó en el siglo XVI, con la crítica de los protestantes y las declaraciones del Concilio de Trento. Una gran parte de los católicos medievales vivieron muy preocupados (incluso obsesionados) por la idea de la salvación eterna, vinculada a la superación del purgatorio donde se suponía que penaban las almas de gran parte de los hombre y mujeres que habían fallecido, como puso de relieve Dante (1265-1321), de manera impresionante, en la segunda parte de la Divina Comedia, dedicada en especial al Purgatorio. Conforme a la visión común de aquel tiempo, el poeta pudo imaginar las diversas formas y tiempos de purificación de los muertos, hasta alcanzar la salvación eterna.
    En este contexto, ha tenido (y sigue teniendo) una importancia especial la celebración de la Eucaristía como “sacrificio” por los muertos. Podemos recordar que, al menos en la mente de muchos creyentes devotos, la eucaristía dejó de ser celebración comunitaria de la muerte y de la vida de Jesús (expresada en la comunión de plegaria y de comida de los creyentes), para convertirse en un medio de expiación y remisión de los pecados de los difuntos. Con esta finalidad se multiplicó la celebración de “misas” y muchos tuvieron la impresión de que la superación del purgatorio estaba vinculada al número de veces que pudieran celebrarse a favor los difuntos (con los aspectos económicos, sociales y litúrgicos que esa suponía). En esa misma línea ha venido a situarse la concesión de “indulgencias” que papas y obispos han decretado, con el fin de ayudar a los difuntos a través de la recitación de determinadas oraciones o de la realización de algunos ejercicios de piedad e, incluso, de prestaciones económicas.
    En contra de esta doctrina de las indulgencias y de la celebración de misas por los difuntos se empezó elevando la Reforma de Lutero, con sus 95 tesis del año 1517. Estrictamente hablando, en su raíz, el protestantismo no ha negado la posibilidad (o la existencia) de un purgatorio, entendido como signo (¿estado?) de purificación y transformación de los hombres y mujeres a los que Dios llama a su Reino por Cristo. Pero esa purificación no es algo que se pueda medir ni cuantificar en tiempos específicos (¡diaz años de purgatorio!) a través de un tipo y tiempo de indulgencias (¡plenarias, de cien años…!) o de celebraciones rituales, sino que forma parte del misterio de la “comunión” de los santos, es decir, de la comunicación creyente (mesiánica) de todos los hombres y mujeres de la historia.



    ResponderEliminar