lunes, 24 de junio de 2013

Ningún obispo Impuesto




En los primeros primeros siglos, una iglesia “fermento” mantiene ante la sociedad el principio electivo.

Lo mantiene ante todo por razones teológicas y de fidelidad al Evangelio: por una convicción sorprendentemente comunitaria de Dios y una convicción de que aún más grave que manipular a los hombres, es intentar manipular el Espíritu apropiándose privadamente de Él. Si surgen problemas se intenta armonizar las exigencias de la realidad con las exigencias del Evangelio, antes que negar si
mplemente éstas.
Y la autoridad está precisamente para ayudar a encontrar esos caminos de vigencia lo que parece  pedir el Evangelio, en lugar de suplantarlo. Así es como los papas resultan ser los grandes defensores del principio electivo.

Una iglesia así, aún con sus torpezas y  sus fallos humanos, que siempre los hay, resulto “sacramento de comunión” y levadura para la sociedad de su época
 Más adelante y conforme nos acercamos al segundo milenio, una iglesia identificada con la sociedad no consigue mantener en pie el principio electivo.

No consigue mantenerlolo, en primer lugar, por la impresionante estratificación de aquella sociedad, en que “el laico” se reduce simplemente al Rey o los nobles.

 También por la clericalización cada vez mayor de la iglesia. Así, “la iglesia” va reduciéndose primero al clero y luego a los canónigos catedralicios apropiándose ellos solos la elección.  La actual demanda que existe en un amplio sector eclesial más consciente, y que reclama una vuelta a la tradición primitiva en el tema de las decisiones episcopales, no procede de una falta de amor ni de obediencia, aún cando algunas veces se manifieste de forma ruidosa, de protestas o hasta de abandonos.

Es una demanda evangélica. No será cristiano reaccionar ante ella como suelen reaccionar los fariseos de todos los sistemas ante las voces proféticas: tratando de convertirlos en voces heréticas. Más bien, debe ser atendida coma una voz de Dios, que suele comenzar a abrirse camino de maneras desconcertantes, como o hizo a través del niño Samuel “Habla Señor, que  tu siervo escucha” (1Sam3). Y hay que procurar abrirse a ella aún a costa de la propia seguridad o la sensación de amenaza del propio poder.

El actual sistema de nombramiento de los obispos lleva implícitamente a creer que la autoridad y la misión de los obispos proceden del papa. Y non es así: Non fue Pedro quien eligió a los apóstoles, ni tampoco Jesús por medio de Pedro, sino que fue directamente Jesús.

La Iglesia es una comunidad dialogal que ha de expresarse en su misma Institución, empezando por la llamada “jerarquía”. Ciertamente, ella no es una democracia en la acepción original de la palabra: No es poder en el sentido de kratos (demo–cracia), sino una asamblea de personas que se sienten llamadas por la voz de Dios en Jesucristo para expresar la gracia del perdón y para superar las estructuras de dominación del mundo. Por eso, su autoridad ha de tener un sentido gratificante, es decir, gratuito: Nace de la cruz de Jesús, brota de su pascua y se expresa en la comunión de todos los creyentes.

Por eso no se puede hablar en ella de nadie que controle desde arriba o desde fuera (o desde dentro) la vida del resto de los creyentes, ni de unos obispos que se puedan imponer sobre los fieles.
La Iglesia actual no tiene remedio, pues ella, en cuanto institución social, no es diferente de las otras, sino incluso peor, más anticuada, pues suele llevar (por lo menos desde el año 1000 d. C) dos o tres siglos de retraso.
Es normal que cada diócesis comunique el nombramiento al obispo de Roma, que sigue actuando como pastor de la iglesia primada, pero no en gesto de sometimiento sino de comunión. Es evidente que el ministerio episcopal está fundado en Dios, brota de Cristo. Pero esa fundamentación no significa que el Papa nombre desde arriba a los obispos.

También los cristianos que eligen al obispo, dentro de la diócesis, actúan como portadores del Espíritu, es decir, como sucesores de la Iglesia apostólica, y no como simples ciudadanos de una democracia formal. En esa línea, los obispos consagrantes (de las diócesis vecinas) actúan también en nombre de de Jesús, invocando su Espíritu, y de esa forma introducen al nuevo pastor en la línea de la sucesión episcopal o apostólica y de la comunión universal o católica. Quizá pudiera decirse que cada comunidad elige a su obispo (casado o soltero, hombre o mujer), los obispos vecinos lo consagran y el papa le acepta en la comunión universal.

Quienes disfrutamos de una buena formación religiosa no solemos tener problema para seguir creyendo a pesar de las rarezas, excentricidades, abusos de autoridad e injusticias de algunos o muchos que mandan o dirigen la Iglesia. Aunque tampoco somos invulnerables.

Hay personas no bautizadas, o no bien formadas, que aborrecen la fe católica a causa de malos ejemplos, intransigencias, arbitrariedades de obispos y superiores de curia o religión. Y esto debiera ser causa de reflexión para todos los jerarcas.


Gedeón ganó la batalla con sus 300 valientes. David comenzó su conquistar personal cuidado sus ovejas, arrebatándolas de los lobos, leones y bestias salvajes. Luego enfrentaba al gigante Goliat y de ahí en adelante a miles de soldados de ejércitos neighs. Sansón con la fortaleza de Dios obtuvo victorias increíbles porque era Dios quien lo había llamado y lo espalda.

Estamos tan llenos de conceptos que cuando pensamos en dones, talentos o ministerios; pensamos en los jerarcas de la iglesia . Entonces muchas personas se sienten mal, insignificantes, poca cosa o ineficaces porque cuando se comparan y piensan en qué talento ellos poseen, no tienen esos dones o no cumplen con ciertos estándares que los demás le exigen. Sin embargo los ministerios que tienen esas personas que hemos mencionado dependen de aquellos que muchas veces están tras bastidores. De aquellos héroes anónimos o invisibles. Porque si analizamos bien podemos percatarnos e identificar aquellos que en oración interceden, los que apoyan y respaldan, los que organizan. Aquellos que tienen el talento de hablar a los que todavía no han conocido a Cristo. Esas personas que cocinan, cosen, que ayudan a los ambulantes o necesitados. Esos que tienen la cualidad de animar o de poner la paz en el grupo para que todos lleguen a un acuerdo. Los que escriben hermosas canciones, poesías, ensayos, dramas, cartas, etc. Aquellos que cuidan y visitan a los enfermos.


Pablo decía que así como todos los miembros de nuestro cuerpo por más pequeños e insignificantes que parezcan son vitales y necesarios, así también cada uno de nosotros es importante y tiene su lugar y posición en el reino de Cristo. El amor es demostrado a través de las obras que hacemos, de los actos que realizamos. Pequeños detalles son los que hacen la diferencia. Acciones sencillas pueden provocar grandes cambios y Milagros. El que en lo poco es fiel y obediente en lo mucho es recompensado. Todos somos necesarios e importantes en este mundo. Este mundo no sería igual si tú no estuvieras en él. Pero si todos somos importantes en este mundo, mucho más lo somos cuando servimos a favor del reino de Dios. Lo que Dios mira es nuestra intención y disposición, lo que sale de nuestro corazón y lo que hacemos para glorificarle.
La clave consiste en rendir todo lo que tenemos a sus pies. Porque lo que para nosotros puede parecer poca cosa o insignificante puede ayudar a que alguien sea transformado.

El catecismo de la Iglesia Católica dice:

 1930 El respeto de la persona humana implica el de los derechos que se derivan de su dignidad de criatura. Estos derechos son anteriores a la sociedad y se imponen a ella. Fundan la legitimidad moral de toda autoridad: menospreciándolos o negándose a reconocerlos en su legislación positiva, una sociedad mina su propia legitimidad moral (cf PT 65). Sin este respeto, una autoridad sólo puede apoyarse en la fuerza o en la violencia para obtener la obediencia de sus súbditos. Corresponde a la Iglesia recordar estos derechos a los hombres de buena voluntad y distinguirlos de reivindicaciones abusivas o falsas.

1931 El respeto a la persona humana supone respetar este principio: «Que cada uno, sin ninguna excepción, debe considerar al prójimo como “otro yo”, cuidando, en primer lugar, de su vida y de los medios necesarios para vivirla dignamente» (GS 27). Ninguna legislación podría por sí misma hacer desaparecer los temores, los prejuicios, las actitudes de soberbia y de egoísmo que obstaculizan el establecimiento de sociedades verdaderamente fraternas. Estos comportamientos sólo cesan con la caridad que ve en cada hombre un “prójimo”, un hermano.

1932 El deber de hacerse prójimo de los demás y de servirlos activamente se hace más acuciante todavía cuando éstos están más necesitados en cualquier sector de la vida humana. “Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40).


Para hacer más creíble la Iglesia habría que remontar a las primeras comunidades cristianas. Es difícil, por no decir imposible, que la jerarquía descienda a ras del pueblo, como Jesús. La Iglesia es divina, pero también humana. En lo externo es una Sociedad. Y, querámoslo o no, en toda Sociedad hay una autoridad que, a la fuerza, ha de distinguirse del resto de los asociados.  Es bueno, es necesario, que los obispos sean más santos.

Obispos, pensad bien en cómo obráis. Tened cuidado. Sed personas buenas, tolerantes, fuertes contra la herejía, pero no inquisidores. Sed muy buenos y haced que la Iglesia por vuestra parte se más creíble. Y otra cosa que molesta es el arribismo de los obispos, para crecer en el escalafón.
Molesta a los seglares y los escandaliza. Incordia asimismo verlos estirados, prepotentes, distantes. En vuestras manos está que os admiren por vuestra bondad, mansedumbre, amor a los necesitados y fomento de la amistad dentro del clero.





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