viernes, 8 de mayo de 2015

Creo en el Espíritu Santo: un nuevo obispo para Mondoñedo Ferrol

 
En los primeros primeros siglos, una iglesia “fermento” mantiene ante la sociedad el principio electivo.

Lo mantiene ante todo por razones teológicas y de fidelidad al Evangelio: por una convicción sorprendentemente comunitaria de Dios y una convicción de que aún más grave que manipular a los hombres, es intentar manipular el Espíritu apropiándose privadamente de Él. Si surgen problemas se intenta armonizar las exigencias de la realidad con las exigencias del Evangelio, antes que negar simplemente éstas.

Y la autoridad está precisamente para ayudar a encontrar esos caminos de vigencia lo que parece  pedir el Evangelio, en lugar de suplantarlo. Así es como los papas resultan ser los grandes defensores del principio electivo.

Una iglesia así, aún con sus torpezas y  sus fallos humanos, que siempre los hay, resulto “sacramento de comunión” y levadura para la sociedad de su época
Más adelante y conforme nos acercamos al segundo milenio, una iglesia identificada con la sociedad no consigue mantener en pie el principio electivo.
 
No consigue mantenerlolo, en primer lugar, por la impresionante estratificación de aquella sociedad, en que “el laico” se reduce simplemente al Rey o los nobles.
También por la clericalización cada vez mayor de la iglesia. Así, “la iglesia” va reduciéndose primero al clero y luego a los canónigos catedralicios apropiándose ellos solos la elección.

La actual demanda que existe en un amplio sector eclesial más consciente, y que reclama una vuelta a la tradición primitiva en el tema de las decisiones episcopales, no procede de una falta de amor ni de obediencia, aún cando algunas veces se manifieste de forma ruidosa, de protestas o hasta de abandonos.
Es una demanda evangélica. No será cristiano reaccionar ante ella como suelen reaccionar los fariseos de todos los sistemas ante las voces proféticas: tratando de convertirlos en voces heréticas. Más bien, debe ser atendida coma una voz de Dios, que suele comenzar a abrirse camino de maneras desconcertantes, como o hizo a través del niño Samuel “Habla Señor, que  tu siervo escucha” (1Sam3). Y hay que procurar abrirse a ella aún a costa de la propia seguridad o la sensación de amenaza del propio poder.

El actual sistema de nombramiento de los obispos lleva implícitamente a creer que la autoridad y la misión de los obispos proceden del papa. Y no es así: Non fue Pedro quien eligió a los apóstoles, ni tampoco Jesús por medio de Pedro, sino que fue directamente Jesús.

El Dios de Jesús “sirve” para hablar, es decir, para comunicarse, pues se revela como “Logos” (palabra). Pero de hecho muchos piensan que los obispos, realizando una función muy importante, no logran expresar lo que implica la palabra y comunión del evangelio.

“ Los apóstoles impusieron la norma de que varones aprobados les sucedieran en el ministerio con el consentimiento de toda la Comunidad” ( Carta de Clemente, tercer obispo de Roma).
– “Nadie sea dado como obispo a quienes no lo quieran. Búsquese el deseo y el consentimiento del clero, del pueblo y de los hombres públicos (ordinis)” (Papa Celestino I).
– “No se imponga al pueblo un obispo no deseado” (San Cipriano, obispo de Cartago, Carta 57.3.2).
– “Que se ordene como obispo a aquel que, siendo irreprochable, haya sido elegido por todo el pueblo” (San Hipólito, obispo de Roma).

La Iglesia actual no tiene remedio, pues ella, en cuanto institución social, no es diferente de las otras, sino incluso peor, más anticuada, pues suele llevar (por lo menos desde el año 1000 d. C) dos o tres siglos de retraso.

Los cristianos que eligen al obispo, dentro de la diócesis, actúan como portadores del Espíritu, es decir, como sucesores de la Iglesia apostólica, y no como simples ciudadanos de una democracia formal. En esa línea, los obispos consagrantes (de las diócesis vecinas) actúan también en nombre de de Jesús, invocando su Espíritu, y de esa forma introducen al nuevo pastor en la línea de la sucesión episcopal o apostólica y de la comunión universal o católica. Quizá pudiera decirse que cada comunidad elige a su obispo (casado o soltero, hombre o mujer), los obispos vecinos lo consagran y el papa le acepta en la comunión universal.


Quien aspira al episcopado, desea hermosa tarea. Pues el obispo debe ser irreprochable, marido de una mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospitalario, capaz de enseñar, no bebedor ni pendenciero, sino amable, no contencioso, no avaricioso. Buen gobernante de su casa, con hijos sumisos en toda dignidad, pues si no sabe presidir su propia casa ¿cómo cuidará la Iglesia de Dios? No sea neófito: no se envanezca y caiga en condena del diablo. Tenga buena reputación entre los de fuera, para que no caiga en descrédito y lazo del diablo (1 Tim 3, 1-7).
El obispo del que aquí se habla es un funcionario encargado de la supervisión eclesial, como padre de familia del conjunto de los fieles. Esta primera norma eclesial supone que en cada iglesia (y comunidad doméstica) debe haber alguien que anime, enseñe y represente a los cristianos. Quizá en ese tiempo no había una estructura monárquica estricta (con un obispo en cada comunidad), pero entre el grupo de “ancianos” (cf. 1 Tim 5, 17-19) que presiden normalmente la comunidad destacan algunos como obispos, es decir, como ministros especiales al servicio de la Iglesia. Éstas son, significativamente, las cualidades que ha de tener:

 Estamos lejos de la tradición mesiánico-profética de Mt 8, 18-22 : "Las aves tienen nidos, las zorras madrigueras, pero el Hijo del humano no tiene donde reclinar la cabeza", "que los muertos entierren a sus muertos". Estamos igualmente lejos de Pablo, para quien el ministerio no es honor, sino tarea difícil, comprometida. El obispo se vuelve personaje honorable, y lógicamente ha de ser un hombre ejemplar: Buen padre de una familia extensa, bien jerarquizada. Es normal que surjan candidatos.

Un magnífico piso de 370 metros cuadrados de alto standing en pleno centro de Madrid es el lugar elegido por Antonio María Rouco Varela para disfrutar de su jubilación. Situado en un emblemático edificio de la calle Bailén, este piso valorado en 1,7 millones de euros no era del gusto del cardenal, quien, según la revista Interviú, realizó una “faraónica reforma en tiempo récord” a finales del pasado diciembre.

La vivienda, que fue donada por una feligresa al Arzobispado de Madrid y que ha alojado a cuatro sacerdotes hasta finales del pasado año, ha sido renovada de arriba abajo en tan solo dos meses. Techos, suelos, paredes, carpintería, fontanería, baños… Todo se ha reformado por completo para atender las necesidades del cardenal: se pasó de seis a cuatro dormitorios, uno grande con un espectacular vestidor y baño suite; en la zona de servicio se han habilitado dos pequeños cuartos y un baño para monja 1 y monja 2 (como aparecían denominados en los planos), que se encargan de las labores del hogar. Además, con la reforma también se ha creado una amplia capilla cuatro veces mayor que la que había anteriormente.

Las vistas de 90 grados que Rouco disfruta desde su terraza son inmejorables. Desde el despacho se puede admirar la Basílica de San Francisco el Grande.
http://www.infovaticana.com/2014/09/13/rouco-todavia-ha-entendido-que-se-tiene-que-ir/

http://www.infovaticana.com/2014/10/28/rouco-piso-del-obispado/

2536 El décimo mandamiento prohíbe la avaricia y el deseo de una apropiación inmoderada de los bienes terrenos. Prohíbe el deseo desordenado nacido de la pasión inmoderada de las riquezas y de su poder. Prohíbe también el deseo de cometer una injusticia mediante la cual se dañaría al prójimo en sus bienes temporales:
«Cuando la Ley nos dice: No codiciarás, nos dice, en otros términos, que apartemos nuestros deseos de todo lo que no nos pertenece. Porque la sed codiciosa de los bienes del prójimo es inmensa, infinita y jamás saciada, como está escrito: El ojo del avaro no se satisface con su suerte (Qo 14, 9)» (Catecismo Romano, 3, 10, 13).
 
Este camino, no fácil ciertamente, es exigido hoy por la variedad, madurez y autonomía de las Iglesias locales que ya han llegado a su mayoría de edad, que les permitirá comenzar a practicarlo positivamente contando con las circunstancias y dificultades peculiares de cada situación y momento.
 
En una sociedad civil como la española, llena disputas, la iglesia sólo será signo de reconciliación y utopía evangélica si ofrece un ejemplo más alto de diálogo interior. Si no puede ofrecer ese signo, si sus fieles se encuentran de tal forma divididos que resultan incapaces de escoger a sus pastores y de trazar sus línea pastorales… no son dignos de llamarse cristianos.
 
Deseo de verdad que se haga efectivo lo que el Vaticano II dice que :”Los obispos reciben el ministerio de la comunidad para presidirla “ (LG 20) y que es misión suya “Reunir la familia de Dios como una fraternidad” (LG 28).

 

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