domingo, 24 de mayo de 2015

¿Hay en la Biblia un apóstol mujer?

 
Por Ariel Álvarez Valdés*
 
 
El saludo sorprendente               
             
Estamos acostumbrados a imaginar a los apóstoles como si hubieran sido todos varones. Sin embargo, pocos saben que hubo una vez una apóstol mujer, muy amiga de San Pablo, que trabajó posiblemente en la ciudad de Éfeso y que incluso fue encarcelada con él.
Su nombre era Junia, y aparece mencionada al final de la Carta a los Romanos. Allí San Pablo, al despedirse de sus lectores, les dice: “Saluden a Andrónico y a Junia, mis parientes y compañeros de prisión, ensalzados entre los apóstoles, que llegaron a Cristo antes que yo” (Rm 16,7).
             
Resulta asombroso que Pablo no sólo le dé el título de apóstol a una mujer, sino que incluso diga que es “ensalzada” entre los apóstoles, es decir, que su fama sobresale por encima de los demás apóstoles. Debió de ser realmente una joven extraordinaria.
Pero el nombre de esta mujer ha provocado y sigue provocando, grandes discusiones entre los biblistas. El motivo es que, para muchos estudiosos, Junia es el nombre de un varón. En efecto, la palabra griega Iounian puede traducirse al castellano de dos maneras: como “Junia”, y entonces se trataría de una mujer, o como “Junias” (con “s” final), y entonces sería nombre de varón, abreviado de “Juniano”.
Acento de mujer
             
¿Cómo averiguar el género de este nombre? Hay una sola forma y consiste en fijarse qué clase de acento lleva la palabra. Si Iounian está escrito con acento agudo (Iounían), es nombre de mujer; y si está escrito con acento circunflejo (Iouniân), es nombre de varón. Pero desgraciadamente no podemos hacer esto. ¿Por qué? Porque cuando San Pablo escribió su Carta a los Romanos, en el siglo I, no existían los acentos en la escritura griega. Sólo a partir del siglo VIII o IX se los comenzó a usar. Por lo tanto, es inútil consultar los manuscritos más antiguos para salir de la duda sobre el sexo de Junia.
Pero eso no significa que sea imposible averiguarlo. Existen otros indicios que pueden ayudarnos a descifrar este enigma.
             
En primer lugar, tenemos el testimonio del manuscrito más antiguo que existe de la Carta a los Romanos: el llamado Papiro 46. Fue escrito alrededor del año 180 (es decir, unos ciento veinte años después de que Pablo escribiera su carta original). Ahora bien, el autor de este papiro, cuando llega al pasaje al que nos referimos, en vez de escribir el nombre de “Junia” escribió “Julia”; esto demuestra que el escriba estaba pensando claramente que se trataba de una mujer y no de un hombre.
En segundo lugar, está el hecho de que todas las lenguas antiguas a las que fue traducida la Carta a los Romanos (el latín, el copto y el sirio), todas sin excepción transcriben el nombre en su forma femenina.
 
Alabanzas en la Catedral
          
Un tercer indicio, y más importante todavía, lo tenemos en el testimonio de casi todos los Santos Padres y escritores antiguos que comentaron la Carta a los Romanos. Siempre que hablaron de este personaje, lo consideraron una mujer.
Por ejemplo Orígenes (en el siglo III), al hacer referencia al nombre de Junia, lo escribe en su forma femenina. También San Juan Crisóstomo, obispo de Constantinopla, un día que predicaba en la Catedral sobre la Carta a los Romanos, dijo conmovido: “Ser apóstol es algo grande. Pero ser «ensalzada» entre los apóstoles, ¡qué extraordinaria alabanza significa eso! ¡Caramba! ¡Aquella mujer debió de haber tenido una gran personalidad, para merecer el título de apóstol!”.
Después de él, una larga fila de autores (como San Rufino, San Jerónimo, Teodoreto de Ciro, Ecumenio, San Juan Damasceno, Haymo, Rabano Mauro, Lanfranco de Bec, Atto de Vercelli, Teofilacto, San Bruno, Pedro Abelardo, Pedro Lombardo) afirmaron sin dudarlo que el ilustre apóstol elogiado por Pablo era una mujer.
Este es un dato muy importante, porque nos muestra que a todos los escritores antiguos la palabra Junia les sonaba espontáneamente a nombre femenino y no masculino; es decir, que en esa época el nombre no era usado por varones.
 
El vómito del diablo
             

La única voz discordante, a lo largo de todos estos siglos, es la de Epifanio de Salamina (en el siglo IV). Este monje, en contra de todas las opiniones antiguas, es el único que afirmó que Junia era un varón; y para aportar más datos, dijo que llegó a ser obispo de Apamea, en Siria.
Sin embargo los estudiosos consideran las palabras de Epifanio poco creíbles, por dos razones. Primero, porque en el mismo lugar donde escribe que Junia era un hombre, Epifanio escribe también que Priscila, la conocida mujer del judío Áquila (Hch 18,2) ¡era un varón! Y segundo, porque Epifanio es famoso por su misoginia. En uno de sus libros llamado Panarion, este Padre de la Iglesia escribió frases como: “Las mujeres verdaderamente son una raza débil, poco fiable y de inteligencia mediocre”; “El Diablo sabe cómo vomitar ridiculeces a través de las mujeres”; “La mujer se descarría fácilmente, es débil y poco sensata”; “Detrás de todos los errores hay una mala mujer”.
Resulta lógico, pues, que un escritor como Epifanio, con ideas tan negativas sobre el sexo femenino, buscara evitar por todos los medios que una mujer estuviera incluida entre los apóstoles, máxime teniendo en cuenta que se la elogiaba como “ensalzada entre todos los apóstoles”. Por eso el testimonio de Epifanio, único que considera a Junia un varón, debe ser dejado de lado.
Por lo tanto, debemos concluir que todos los Padres de la Iglesia, hasta la Edad Media, tuvieron a Junia por mujer; y al menos uno de ellos (Crisóstomo) se sintió feliz de poder llamarla “apóstol”.
No podía ser una mujer
             
A partir del siglo VIII aparece la novedad de los acentos, en la lengua griega. Por lo tanto, los nuevos manuscritos que empiezan a circular en esta época los incluyen. Así, nosotros podemos fijarnos cuál es el acento que los escritores pusieron sobre el nombre de Iounian en las nuevas copias de la Carta a los Romanos. ¿Y con qué nos encontramos? Con que los manuscritos compuestos a partir del siglo VIII ponen sobre Junia el acento propio de un nombre femenino (Iounían). Junia, pues, sigue siendo considerada una mujer.
             
Pero en el siglo XIII empiezan a surgir las primeras dudas sobre el género de este nombre, rompiendo el amplio consenso que había existido entre los Padres y escritores de la Iglesia durante doce siglos. Un teólogo y filósofo italiano, llamado Egidio de Roma, se convirtió en el primero en afirmar que Junia era un varón, y empezó a llamarlo “Junias”. Pero Egidio no se basaba en ninguna prueba, ni en ningún argumento. La única explicación que daba era que una mujer no podía haber sido apóstol, y por lo tanto Junia tenía que haber sido un varón.
             
Tal prejuicio se convirtió así en el gran argumento para negar lo que siempre se había afirmado: la feminidad de Junia. Y desde entonces, muchos se adhirieron a esta postura y la defendieron.
             
Nunca se halló ese nombre
             
El infundio que Egidio echó a andar adquirió pronto grandes proporciones, y la hipótesis de “Junias” fue ganando nuevos adherentes. Pero como “Junias” era un extraño nombre para un varón, y para hacer más plausible esta teoría, sus defensores comenzaron a decir que se trataba de una forma abreviada del nombre “Juniano”. Sin embargo, los estudios modernos han demostrado que nunca, en ningún escrito antiguo, sea en griego o en latín, se encontró jamás un hombre llamado “Junias”. En cambio mujeres llamadas Junia existen muchísimas, más de 250 en la literatura antigua. Por lo tanto, hoy no caben dudas de que Junia era una mujer, a pesar de que actualmente algunas Biblias traigan erróneamente el nombre en su forma masculina.
             
Se quedó dentro del grupo
             
Una vez aclarado el género de este nombre, surge ahora una segunda cuestión: ¿Junia pertenecía realmente al grupo de los apóstoles o no? Muchos sostienen que la frase en la que Pablo alaba a Junia no dice “ensalzada entre los apóstoles”, sino “ensalzada por los apóstoles”. O sea, lo que Pablo habría querido decir era que los apóstoles hablaban bien de ella, pero no que ella pertenecía al grupo de los apóstoles.
Pero cuando leemos el texto original griego de la carta de Pablo, vemos que éste escribió, refiriéndose a Andrónico y a Junia, que eran ensalzados en tois apostólois, lo cual significa precisamente “entre los apóstoles”; para decir “por los apóstoles”, Pablo tendría que haber escrito la frase hupó ton apostólon, cosa que no escribió. Por lo tanto, el texto de la carta de Pablo sólo puede significar “ensalzados entre los apóstoles”, es decir, que ellos (Andrónico y Junia) eran también apóstoles.
             
Además, ¿por qué iba Pablo a decir a sus lectores que Andrónico y Junia eran ensalzados “por” los apóstoles? ¿Qué le importaba a Pablo lo que opinaban los demás apóstoles de estos dos compañeros suyos? Pablo nunca se apoyó en las opiniones de otros apóstoles para basar sus afirmaciones ni sus juicios (Gal 1,18-24). Por otra parte, él conocía muy bien a Andrónico y Junia, ya que había compartido la cárcel con ellos (Rm 16,7); de modo que era ridículo que justificara su elogio hacia ellos diciendo que eran alabados “por los apóstoles”.
 
Las tres categorías
             
Falta resolver una última cuestión: ¿qué clase de apóstol era Junia? En efecto, en el Nuevo Testamento se denomina apóstoles a tres categorías de personas:               
             
a) a los Doce apóstoles, aquellos primeros seguidores que tuvo Jesús, y que fueron compañeros de su vida pública. (Aunque éstos al principio no fueron llamados “apóstoles” sino “Los Doce”).
b) a otros líderes importantes de la Iglesia, que habían sido testigos de la resurrección de Jesús, y que habían recibido el encargo de predicar el Evangelio. Por ejemplo Matías (Hch 1,26), Bernabé (Hch 14,14), Pablo (1 Cor 15,9), Santiago el hermano de Jesús (Gal 1,19), Silvano (1 Ts 1,1; 2,7), Timoteo (1 Ts 1,1; 2,7). (Estos apóstoles todavía no son “obispos” como los de la Iglesia actual, como a veces se cree).
             
c) a otros misioneros, que colaboraban con los apóstoles en tareas más prácticas, como llevar el correo (Fil 2,25) o trasladar las colectas (2 Cor 8,23).
             
¿A cuál de estas categorías pertenecía Junia? Ciertamente no a la primera; los Doce Apóstoles compañeros de Jesús eran todos varones. Pero es posible que formara parte de la segunda, es decir, de los testigos de la resurrección de Jesús, que recibieron luego el encargo de ir a predicar y anunciar el Evangelio.
             
En efecto, cuando Pablo habla de Junia, dice que ella llegó a Cristo antes que él (Rm 16,). Ahora bien, sabemos que Pablo se convirtió poco después de la resurrección de Jesús. Y si Junia lo hizo antes, quiere decir que ella debió de haber sido una de las primeras personas convertidas al cristianismo, y probablemente una de las fundadoras de la Iglesia de Éfeso, donde vivía con su esposo Andrónico. Por lo tanto, no es imposible que ella perteneciera a la segunda categoría de apóstoles.
             
Además, el hecho de que fuera tan célebre y sobresaliera entre los apóstoles da a entender que cumplía una tarea destacada y prominente dentro de la Iglesia. Resulta difícil imaginar que fuera sublime sólo por la forma como llevaba las cartas, o como transportaba las colectas.
 
Única mujer presidiaria
             
Junia, con su marido Andrónico, eran una pareja de misioneros y evangelizadores que trabajaban juntos en la obra del Señor, al igual que otras parejas cristianas, como Priscila y Áquila (Rm 16,3), o Filólogo y Julia (Rm 16,15). Sin embargo a Junia le tocó un privilegio extraordinario: formar parte del grupo de los apóstoles, aquellos testigos especiales de la resurrección de Cristo y predicadores del Evangelio.
             
De esta mujer excepcional conocemos también otros detalles (Rm 16,7). Sabemos que era “pariente” de Pablo. Pero no se trata de un parentesco carnal. Pablo solía llamar “parientes” a los judíos de raza; o sea que Junia era de origen judío.               
             
Sabemos también que había sido compañera de prisión de Pablo. O sea que Junia, al igual que Pablo, había sufrido persecución y había estado encarcelada por causa del Evangelio. ¿En dónde? Posiblemente en Éfeso, donde ella trabajaba y predicaba, y donde pudo conocer a Pablo cuando éste llegó a misionar. Junia era un apóstol tan destacado, que las autoridades de Éfeso debieron de verla como un peligro y la encerraron en prisión para evitar que continuara con su misión apostólica. Pero sin éxito, ya que después de haber sido liberada ella siguió valientemente cumpliendo su tarea en la iglesia de Éfeso. Junia es, así, la única mujer del Nuevo Testamento que sabemos que haya estado en la cárcel por el hecho de ser cristiana.
 
Una fe traída de Palestina
             
Y finalmente sabemos que se convirtió a Cristo cuando Pablo era todavía un perseguidor de los cristianos. O sea que formaba parte de los cristianos más antiguos, es decir, de los misioneros de vanguardia, denominados “apóstoles”, a los que se les otorgó una autoridad importante, y a los que el propio Pablo se agregó más tarde cuando se convirtió.
Por su antigüedad en la fe cristiana, Junia debió de haberse convertido en Palestina. Quizás era de aquellos judíos que viajaron a Jerusalén con motivo de Pentecostés, y que aceptó la fe gracias a la predicación de Pedro (Hch 2). O tal vez pertenecía al grupo de más de 500 hermanos que vieron a Cristo resucitado antes que Pablo (1 Cor 15,6).               
             
Mientras Pablo se llama a sí mismo “el último de los apóstoles, indigno del nombre de apóstol, por haber perseguido a la Iglesia de Dios” (1 Cor 15,9), a Junia la llama “excelsa entre los apóstoles”. Qué grandiosa debió de haber sido esta mujer, y qué vida extraordinaria tuvo que haber llevado, para merecer semejante elogio nada menos que del apóstol Pablo. Por desgracia no sabemos nada más de ella, porque este primitivo grupo de creyentes fue exterminado durante las primeras persecuciones, y su historia murió con ellos.
 
La mujer que llegó alto
             

En la Iglesia primitiva, los apóstoles eran lo más alto de la jerarquía. En efecto, San Pablo escribe: “Dios puso (a los cristianos) en la Iglesia, primero como apóstoles; en segundo lugar, como profetas; en tercer lugar, como maestros; luego a los que hacen milagros; después, a los que sanan, a los que ayudan, a los que administran, y a los que hablan en lenguas”.               
Ahora bien, según esto hubo una mujer, llamada Junia, que logró ocupar el puesto más alto de la jerarquía antigua. Llegó a lo máximo que se podía llegar entonces. Durante la Edad Media esto pareció algo tan increíble, que se prefirió cambiar el nombre femenino de “Junia” por el masculino de “Junias”, para evitar el escándalo. Sin embargo, en toda la Iglesia antigua nadie se había escandalizado. Por eso la Iglesia no encontró dificultad alguna en admitir a una mujer en esta función, y también en otras actividades misioneras importantes.
             
La Iglesia actual, gracias a Dios, ha promovido enormemente el rol de las mujeres, y les ha abierto las puertas a numerosas tareas antes vedadas. Sin embargo, en algunas partes, ellas siguen siendo postergadas, y se las relega a tareas secundarias.
La Iglesia necesita aprovechar al máximo la plenitud de dones y talentos de la mujer, así como Éfeso necesitó del servicio cualificado de Junia. Por eso hoy debemos volver los ojos hacia esta maravillosa mujer, que llegó a ser “prominente entre los apóstoles”, y descubrir cuánto pueden ellas aportar a la fe.
 
 
* Sacerdote, Doctor en Teología Bíblica, Profesor de Teología en la Universidad Católica de Santiago del Estero (Argentina)

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