miércoles, 27 de mayo de 2015

La adoración en medio de la prueba

Cuando Job se sintió abatido por sus pruebas, él clamó con dolor: “¡Quién me diera ser escuchado!” (Job 31:35). Él pronunció este clamor mientras estaba sentado frente a sus “amigos.” Pero esos amigos no tenían compasión por los problemas de Job. En lugar de eso, eran mensajeros de desesperación.
Primero que nada, Job en verdad sufrió; sufrió intensamente. En segundo lugar, expresó su sufrimiento en la manera acostumbrada en aquel tiempo: rasgó sus vestidos, se afeitó la cabeza, y se postró en tierra. Pero, en tercer lugar, y más importante que nada, también adoró. La intensidad de su sufrimiento no le hizo alejarse de su Dios. Su fe fue lo suficientemente fuerte como para resistir la prueba del sufrimiento.

Dios está buscando con ansia este tipo de adoradores insaciables, inextinguibles, y decididos. Dios está buscando personas que se niegan a enfriarse, a desanimarse o distraerse en su búsqueda de glorificar a Dios. Personas que se negaron a  deprimirse, a amargarse o a darse por vencidas al seguir a Cristo.


Juan 4:23-24 “Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren”.

Génesis 22:5-13 “Entonces dijo Abraham a sus siervos: Esperad aquí con el asno, y yo y el muchacho iremos hasta allí y adoraremos, y volveremos a vosotros.  Y tomó Abraham la leña del holocausto, y la puso sobre Isaac su hijo, y él tomó en su mano el fuego y el cuchillo; y fueron ambos juntos.  Entonces habló Isaac a Abraham su padre, y dijo: Padre mío. Y él respondió: Heme aquí, mi hijo. Y él dijo: He aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto?  Y respondió Abraham: Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío. E iban juntos.  Y cuando llegaron al lugar que Dios le había dicho, edificó allí Abraham un altar, y compuso la leña, y ató a Isaac su hijo, y lo puso en el altar sobre la leña.  Y extendió Abraham su mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo.  Entonces el Ángel de Jehová le dio voces desde el cielo, y dijo: Abraham, Abraham. Y él respondió: Heme aquí.  Y dijo: No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único.  Entonces alzó Abraham sus ojos y miró, y he aquí a sus espaldas un carnero trabado en un zarzal por sus cuernos; y fue Abraham y tomó el carnero, y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo”.
Abraham tuvo que entregar a su hijo Isaac a Dios. Era lo más valioso que tenía, había clamado a Dios durante años para que se cumpliera la promesa que Dios le había dado a él: “Bendeciré a los que bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” Génesis 12:3.
 Adoración es entregarle a Dios lo más valioso que tenemos. Él no comparte su gloria con nadie. Él se va a encargar de pedirte lo que más amas en la vida para que Él pueda glorificarse. Esto es adoración.
Adoración es poner nuestra mirada en las cosas de arriba en medio de la peor tormenta.


Hechos 16:23-25 “Después de haberles azotado mucho, los echaron en la cárcel, mandando al carcelero que los guardase con seguridad. El cual, recibido este mandato, los metió en el calabozo de más adentro, y les aseguró los pies en el cepo. Pero a medianoche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios; y los presos los oían”.


Dios también le concedió a Satanás permiso para afligir la propia persona de Job. “Entonces salió Satanás de la presencia de Jehová, e hirió a Job con una sarna maligna desde la planta del pie hasta la coronilla de la cabeza. Y tomaba Job un tiesto para rascarse con él, y estaba sentado en medio de ceniza” (Job 2:7-8). Ahora Job había perdido incluso la salud. Su esposa, tal vez tratando de darle algún consuelo, y tal vez torpemente como ocurre con tanta frecuencia cuando uno se esfuerza en vano por hallar palabras para decírselas  a la persona que sufre, le aconsejo que cambiará de dioses: “ ¿aún retienes tu integridad? Maldice a Dios, y muérete” (v 9). Para ella, la muerte hubiera sido mejor que el sufrimiento que Job estaba pasando.
            Job reaccionó aferrándose tenazmente a su Dios. “Y el le dijo: Como suele hablar cualquiera de las mujeres fatuas, has hablado. ¿Qué? ¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos? En todo esto no pecó Job con sus labios” (Job 2.10)
En su dolor, Job buscó sólo al Señor: “En los cielos está mi testigo y mi testimonio en las alturas...Disputadores son mis amigos, mas ante Dios derramaré mis lágrimas” (Job 16:19-20). En los Salmos, David urge al pueblo de Dios a hacer lo mismo: “Pueblos, ¡esperad en él en todo tiempo! ¡Derramad delante de él vuestro corazón! ¡Dios es nuestro refugio!” (Salmo 62:8). David también escribió en el Salmo 142:
“Con mi voz clamaré a Jehová; con mi voz pediré a Jehová misericordia. Delante de él expondré mi queja; delante de él manifestaré mi angustia. Cuando mi espíritu se angustiaba dentro de mí, tú conocías mi senda. En el camino que andaba, me escondieron lazo. Mira a mi diestra y observa, pues no hay quien quiera conocer. ¡No tengo refugio ni hay quien cuide de mi vida! Clamé a ti Jehová; dije: ¡Tú eres mi esperanza y mi porción en la tierra de los vivientes! (142:1-5).
Dios le contestó a David. Él le contestó a Job. Y por siglos él ha contestado el clamor de cualquier corazón que confía en sus promesas. De igual manera, él ha prometido escucharlo y guiarlo. Verdaderamente, él ha prometido con juramento ser su fortaleza.

Finalmente, del intenso sufrimiento de Job y su experiencia podemos aprender que realmente no es la enormidad o elevado grado de sufrimiento lo que hace que un hombre o una mujer se desplome bajo la aflicción. Es más bien la pequeñez de su Dios, o tal vez la falta de solidez en su creencia en Dios, la razón por la que muchos hombres y mujeres se destrozan en cuanto el sufrimiento viene. También podemos aprender que no hay nada que Dios nos quite que no nos devuelva por multiplicado.

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